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análisis | pleno del ayuntamiento de Bilbo

Una ciudad del siglo XXI aquejada del caudillismo de siglos pretéritos

Por quinta ocasión en los tres últimos meses, Iñaki Azkuna no pudo presidir ayer el pleno. Su frágil salud ha generado una situación inédita en el Consistorio bilbaino y da pie a un debate sobre el gobierno de un alcalde que vive los últimos compases de su trayectoria política.

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Agustín GOIKOETXEA

La institución encargada de gobernar la ciudad más poblada del país está viviendo una situación inédita en su historia. Su alcalde, un hombre de 70 años con una frágil salud, se aferra a la makila mientras trata de superar la enésima complicación desde que en 2003, al ser reelegido por primera vez, emprendiese una dilatada batalla contra el cáncer de próstata. Periódicamente, sus visitas más o menos conocidas al hospital para ser tratado de las secuelas de los severos tratamientos terapéuticos han sido noticia y todas las alarmas se han disparado a partir de finales de abril al concatenar tres intervenciones quirúrgicas en menos de tres meses.

Iñaki Azkuna es noticia y lo es no por sus iniciativas o por alguno de sus habituales excesos verbales, sino por su delicado estado de salud, aunque él haya tratado de transmitir a la opinión pública que va a ser capaz de superar la enfermedad y gobernar otros dos años el Consistorio bilbaino, convirtiéndose en el segundo alcalde que más tiempo ha dirigido esa institución tras el falangista Joaquín Zuazagoitia Azcorra (1942-1959).

En su última aparición pública a través de una extensa entrevista en su periódico de cabecera, trató de difundir una apariencia de fortaleza, pretendiendo acallar los rumores que se han extendido sobre su estado de salud. Su aparición del 14 de junio en AlhondigaBilbao, en la clausura del Foro Mundial de Alcaldes, y el aspecto que presentaba dos días después mientras paseaba por Getxo no transmitían esa supuesta capacidad de recuperación. Poco duraron los efectos de ese ejercicio de marketing político, ya que unas jornadas después ingresaba de nuevo en el Hospital de Basurto para extirparle un riñón, lo que ha asentado en la opinión pública la idea de que no será capaz de permanecer en el cargo hasta mayo de 2015, ni aunque sea testimonialmente como en los últimos tiempos.

El coraje con el que Azkuna ha afrontado la enfermedad es digno de mención pero también hay que detenerse en la postura de su partido, que no afronta la realidad y su responsabilidad. Su líder, Andoni Ortuzar, no quiere hablar de relevo a dos años de los próximos comicios municipales, consciente de que la tarea no será fácil, especialmente cuando la crisis está pasando factura a la imagen de eficaz gestión que durante décadas transmitieron en sus mensajes los jelkides.

Por su carácter, Iñaki Azkuna se aferra al cargo con las fuerzas que le restan mientras el PNV prepara el recambio en la figura de Ibone Bengoetxea, aunque no hay que descartar que se postule otro candidato.

Los jelkides son muy conscientes de que la marcha de Azkuna acabará con una etapa y, previsiblemente, con sus mayorías desahogadas, algunas de ellas propiciadas por la ilegalización que sufrieron en 2003 y 2007 las candidaturas de la izquierda abertzale. Por muchos galardones que digan atesorar el primer edil y su equipo, casos como el del convenio que se suscribió en 2005 para que Iberdrola edificase la torre de Abandoibarra cuestionan su supuesto buen gobierno, al tiempo que se desmonta el mito del déficit cero municipal.

Su precario estado de salud ha jugado una mala pasada al alcalde, obligando a su equipo a retrasar asuntos que el PNV estima clave para atraer a un sector conservador que se siente cómodo con la política de derechas respecto a la inmigración, la apertura de nuevos locales de culto o la defensa de intereses empresariales ante los derechos de los trabajadores. Hasta setiembre, por lo menos, no dispondrán de los 15 votos imprescindibles para aprobar una ordenanza que, bajo un revestimiento urbanístico, trata de frenar una realidad incuestionable: que mientras los templos católicos están vacíos crece la demanda de locales para otros credos.

En esta crisis encubierta, por mucho que se niegue, también juega un papel relevante la oposición, que hace dejación de su responsabilidad. Por encima de las muestras de solidaridad hacia Iñaki Azkuna para que se recupere, deben exigir que se gobierne y se transmita una imagen de fortaleza, no de precariedad pendiente de los partes médicos. No vale ceder apoyos coyunturales como hizo el concejal del PSE Lorenzo Delgado cuando votó por «ética democrática» en nombre del alcalde para que el equipo de Gobierno hiciese edificable un solar reivindicado como zona verde por los vecinos de Uribarri.

PP, EH Bildu y PSE tendrán que plantear alternativas a partir de setiembre en caso de que el primer edil no vuelva al trabajo. El Consistorio bilbaino necesita un alcalde a tiempo completo y alguien en el PNV, o en la oposición, tendrá que decir al implicado que le agradecen su dedicación pero que hay que dejar paso a otros. Obtuvo su mayoría absoluta para gobernar, no para ostentar un cargo con mucha proyección pública con la que saciar su ego. Nadie es imprescindible, aunque haya sido nombrado Mejor Alcalde del Mundo o condecorado como Oficial de la Legión de Honor de la República francesa.

En ese contexto, en el que por cálculo político todos aguardan un desenlace o una renuncia del implicado –que no se vislumbra–, será importante el papel de jugar por la sociedad civil. La ciudadanía o alguna de las organizaciones en las que se articula, sean de un signo u otro, tienen que pedir a los políticos que actúen por encima de sus intereses en beneficio del gobierno del Ayuntamiento.

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