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UDATE | Iratxe FRESNEDA, Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Frida

 

 

 

Me he acordado de Frida, de sus labios rojos, de sus pobladas cejas juntas, de su pelo azabache y recogido en un moño adornado con coloridas flores. Siempre me pareció una mujer fuerte, independiente y rebelde. Frida Kahlo nació en Coyoacán un 6 de julio de 1907, aunque a ella siempre le gustó ocultar la verdadera fecha de su nacimiento e incluso jugaba a inventarse otras tantas. Enfermiza desde niña, padeció poliomielitis y pasó largas temporadas en reposo a lo largo de toda su vida. Una vida que le llevó a la pintura, y a amurallar su sufrimiento y escapar de la soledad autorretratándose. El destino interpuso la enfermedad en su existencia y ella supo integrarla en su arte. La muerte entendida como parte de la vida, así como calaveras y diablitos, así como las mujeres Tehuantepec.

Con tan solo dieciocho años, durante un viaje, el autobús en el que viajaba fue embestido por un tranvía. El pasamano del automóvil le atravesó el abdomen y le causo graves lesiones en la columna vertebral, pelvis y matriz. El accidente inició un calvario de intervenciones quirúrgicas hasta el fin de sus días. Parte de los colectivos sociales de su país, desde muy joven se integró en los movimientos revolucionarios mejicanos, primero militó en «Las cachuchas» y más tarde ingresaría en el partido comunista mexicano. Jamás dejó de rebelarse. Defensora de la República en el Estado español, salvaguarda de León Trosky, compañera de Diego Rivera, el 2 de julio de 1954, once días antes de su muerte, acudió en silla de ruedas a una manifestación en contra de la política estadounidense en Guatemala.

Durante su entierro se cantó «La Internacional» y una bandera roja con la hoz y el martillo cubrió su ataúd. «Doctor, si me deja tomar este tequila le prometo no beber en mi funeral», dijo en alguna ocasión. A su salud.

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