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Reportaje

Centenario para el turismo

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AFP | PARÍS

La organización del Tour decidió celebrar la 100ª edición de la carrera con un recorrido espectacular que tuviera como referencia algunos de los puntos míticos de la prueba (especialmente puertos de montaña como el Mont Ventoux, o el Alpe d'Huez, que por primera vez se ascendía dos veces y en la misma etapa además), junto a lugares que ocupan un lugar destacado en el catálogo de destinos turísticos del país, empezando por el recorrido de tres días por Córcega -apodada Isla de la Belleza-, que nunca había acogido la carrera -los independentistas de Corsica Libera se encargaron de recordar que «Corsica is not France» con sus pancartas-, y donde la organización tuvo que fletar un barco para acoger la Oficina Permanente y la Sala de Prensa; pasando por parajes de postal como Niza, Mont-Saint Michel y los alrededores del lago de Serre-Ponçon, donde se disputaron las tres cronometradas de la carrera -que permitían a la televisión recrearse en las imágenes de la primera ciudad, que es el centro de la Costa Azul, en la espectacular abadía ubicada sobre un promontorio rocoso en Normandía una semana después, y el miércoles finalizar en el lago alpino-.

La última parada, con traca final para culminar los 3.403'5 kms. de recorrido de esta edición, será mañana en París, aunque con una parafernalia diferente a la de las últimas ediciones, dado que la etapa comenzará de forma excepcional en Versalles, sede del célebre palacio con impresionantes jardines a las puertas de París, a las 17.45 de la tarde, para terminar al anochecer en los Campos Elíseos (a las 21.35 si los corredores cubren los 133'5 kms. a una media de 40 por hora, pero cerca de las 22.00 si se lo toman con más calma y no pasan de 36 a la hora). El objetivo, que la ceremonia que cierre el Tour del Centenario se celebre al anochecer bajo el Arco del Triunfo iluminado con un telón de fondo amarillo, en un momento que la organización pretende que resulte «inolvidable»

En el aspecto deportivo, el Tour se había fijado el objetivo de ventilar la carrera para que se disipen los vapores del dopaje que han contaminado la carrera en la última década, y que han alcanzado hasta la década de los 90 con la revisión de los resultados de los análisis realizados en aquellos años por una comisión del Senado francés, afectando en vísperas del Tour al propio Laurent Jalabert, que renunció a comentar la carrera para una televisión como tenía previsto inicialmente.

Sin embargo, y aunque la situación parece haber mejorado tras la implantación del pasaporte biológico, las sospechas han vuelto a aparecer con las exhibiciones de Chris Froome, la polémica sobre los estudios que relacionan los vatios de potencia que desarrollan los corredores y el dopaje, la negativa de los equipos a hacer públicos los datos de sus sistemas de medición -aunque el Sky ha facilitado los de Froome para demostrar que está limpio-, e incluso se habla de la irrupción del dopaje «biológico» -que sustituye al químico-, todavía más difícil de detectar.

Y pese a todo, el Tour, 110 años después de su creación, sigue teniendo un gran poder de atracción, amplificado por un gran eco mediático, pero también por la infinidad de aficionados que se agolpan en los arcenes de las carreteras y puertos. Hasta el punto de que, víctima de su éxito como se demostró en Alpe d'Huez-, la carrera se plantea afrontar medidas para hacer frente a su propio gigantismo.

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