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Los golpistas egipcios siguen el manual

Los protagonistas del golpe de estado en Egipto van quemando etapas en su particular tour de force contra el derrocado gobierno de los Hermanos Musulmanes y el amplio espectro social que demanda la restitución de Mohamed Morsi. La jornada de ayer se preveía intensa, con la convocatoria de un importante número de movilizaciones, por un lado, y la amenaza expresa del Ejército, por otro, y el día comenzó con la orden de prisión preventiva contra el depuesto presidente, en paradero desconocido desde que se produjo la asonada militar, el 3 de julio.

Un juez cairota adoptó la decisión de encarcelar a Morsi tras acusarle de haber contactado con Hamas para llevar a cabo «acciones enemigas contra el país», así como de haber asaltado una cárcel y otras instalaciones de seguridad. La primera acusación -rechazada por los palestinos- roza el esperpento, en tanto apela a un concepto tan ambiguo y subjetivo que podría utilizarse igualmente para encarcelar a toda la cúpula del Ejército por el golpe de estado, si no fuera porque los militares ostentan el poder. Por otro lado, resulta grotesco acusar a un líder de los Hermanos Musulmanes de relacionarse con una organización a la que le unen lazos fraternales e históricos y que, además, gobierna legalmente en Gaza. Respecto al asalto, los hechos que se imputan al presidente son tan graves -incluye secuestros y asesinatos- que no cabe sino preguntarse cómo alguien con ese presunto historial pudo concurrir a los comicios. Más bien parece un intento de vestir con ropajes jurídicos lo que es una simple maniobra política.

Lo que está ocurriendo en Egipto es aborrecible desde el punto de vista de la democracia, pero no es novedoso. De hecho, el Ejército y quienes le secundan se limitan a ejecutar el manual golpista. Una hoja de ruta mil veces repetida que parte de la «inevitabilidad» de la intervención militar ante el descontento social con los gobernantes, que sigue con la detención de estos y sus seguidores, el cierre de medios, la represión de las protestas y el afianzamiento de un nuevo régimen. La historia se repite, por más que llamen hacer la revolución a lo que siempre ha sido imponer una dictadura.

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