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Txisko Fernández | Periodista

El pasado conectado «on-line» al presente

Ya que el BEC continuará albergando a estas horas a unas cuantas miles de personas conectadas, a través del Euskal Encounter, con el mundo exterior, con el interior de cada una de ellas y con el ciberespacio, me gustaría reflexionar sobre lo que ha cambiado el mundo que me rodea en apenas veinte años. Porque hace apenas veinte años (transcurría 1993; lo apunto aquí para que nadie se rompa la cabeza haciendo cálculos), en nuestro país era muy raro toparse con un PC en un domicilio cualquiera; de ordena- dores portátiles, nada de nada; y a los primeros teléfonos móviles, aunque ya no eran ciencia-ficción, ni estaban ni se les esperaba hasta cinco años después.

Por entonces aún no podíamos imaginar que en 2004 seguiríamos on-line la inauguración del Center levantado sobre las cenizas de AHV (Altos Hornos de Vizcaya). Por lo tanto, pocos podían imaginar que, a fecha de hoy, año 2013, el BEC se iba a convertir en un agujero financiero que, según algunos cálculos, cada año se traga más de 35 millones de euros.

Volvamos a conectarnos a la red de redes y aparquemos las conexiones mentales que me produce el ejemplarizante devenir de la febril vega de Ansio. Como portador de un smartphone, asumo que entro y salgo de Internet a cada rato, que ya lo hago de forma natural y que, si no pudiera hacerlo por problemas técnicos durante un largo periodo, me costaría acostumbrarme a una nueva rutina.

Si extrapolamos esa hipotética situación al conjunto del mundo que me rodea, el panorama podría ser este: desayunaría escuchando las noticias en una radio con cable; podría escuchar las noticias en la radio del coche de camino al trabajo; vería a gente paseando sin mirar continuamente hacia el móvil; me cruzaría con conductores que no llevarían una mano en la oreja mientras hablan por teléfono; no vería cruzar el paso de cebra a alguien que lleva el móvil en una mano y conduce con la otra el cochecito con bebé a bordo; recordaría la mayoría de los cumpleaños de mis colegas aunque no me avisara la agenda del smartphone; incluso, llegaría a memorizar un montón de números de teléfono...

Sería distinto, como era distinto hace veinte años. Y aseguro que estábamos conectados, con el mundo interior y con el exterior. De verdad. Como ahora o, quizás, de otra manera.

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