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ENSAYO

Mandela y su sombra

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Iñaki URDANIBIA

Dice una leyenda africana, no del sur por cierto, que cuando alguien pierde su sombra es que está a punto de fallecer, o lo ha hecho ya. Nelson Mandela, después de unos agitados noventa y cinco años, parece hallarse en disputa con su sombra; aunque según se mire esta queda para los demás, y seguro que permanecerá como ejemplo de una vida entregada, pues la sombra del líder sudafricano es alargada como amplia ha sido su lucha contra el racismo y por la justicia e igualdad entre los humanos; defensor de la raza humana, más allá de los colores de la piel y otros aspectos circunstanciales; siempre del lado de la reconciliación que no de la absolución.

Txalaparta acierta al reeditar este libro necesario para conocer el quehacer del luchador sudafricano al tiempo que para desvelar las recuperaciones buenistas que se entonan desde inopinadas esquinas ideológicas (ya se oye el coro de «era tan bueno...» que acompañan a los muertos o a punto de... luego vendrán las camisetas lucidas por cualquier pendón). ¡Así Barack Obama!

La ocasión de acercarnos a la persona y al pensamiento de Madiba se nos brinda a través de diversos escritos que abarcan cerca de una cincuentena de años de combate; los que van desde 1955 hasta pasado el 2000. La veintena de intervenciones se inicia con «La Carta de la Libertad» del Congreso del Pueblo, organismo que reunía a diferentes organizaciones que luchaban contra el dominio impuesto de los blancos y la discriminación para con las mayorías negra, india, etc. Si el comienzo marca el tono combativo, el cierre es un entrañable discurso, «La idea de indagar cómo luce un anciano», pronunciado a los ochenta y seis años anunciando su retirada, texto no exento de humor. En medio quedan significativas declaraciones como su heroica defensa ante los tribunales en la que sin tapujos, aún a riesgo de ser condenado a muerte, expuso sus ideas y justificó sus métodos de lucha. Propuestas desde prisión para abrir caminos a la liberación y a la convivencia, intentando en todo momento evitar enfrentamientos inútiles que de hecho alejaban cualquier futuro de fraternidad, siendo la meta, al fin y al cabo la convivencia entre los ciudadanos de diferentes etnias y colores. Conocemos sus intervenciones en foros internacionales: en Suecia, al recoger el premio Nobel de la Paz, en la sede de la ONU o en Cuba, mostrando su agradecimiento por la ayuda prestada en la guerra de Angola.

Posturas siempre por la senda de intentar el logro de la pacificación con los adversarios políticos, en el seno de su partido (ANC) y en los conflictos interétnicos; denunciando el apartheid, las desigualdades sociales y, llegado el momento, tras el fin del discriminador régimen, tratando de alcanzar la armonía entre diferentes. Ese hombre venerado por su pueblo y hasta por sus propios enemigos, por su carisma y grandeza, inquebrantable a pesar de las dificultades y obstáculos por avanzar en el camino de la libertad. Nelson Mandela, que siguiendo la alargada sombra del mahatma Gandhi -cuyos primeros pinitos resistentes se dieron precisamente por tierras sudafricanas- defendía la desobediencia a las leyes y disposiciones injustas y discriminadoras, y que, obligado por la cerrazón del gobierno racista de los blancos y sus comportamientos brutales (matanza de Shaperville en 1960), no dudó en organizar el brazo armado del ANC, «Lanceros de la Nación» (Umkhonto we Sizwe) convirtiéndose en un «terrorista» que atentaba contra el Estado, para colmo desde una óptica comunista... de esos personajes que pueblan las listas de proscritos de la libertad de la perfecta sociedad montada por los defensores del orden y la ley...

Aquí estamos ante el verdadero Nelson Mandela, nada que ver con la madre Teresa de Calcuta u otras gaitas que se nos venden. Un entregado combatiente de alargada sombra rebelde que sigue, y seguirá, influyendo en los corazones de quienes se oponen a la injusticia, a pesar de que la sombra de la vida parece que se le escapa por momentos.

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