Jon Odriozola Periodista
El pueblo, ¡qué gran invento!
La burguesía, que ya no tiene más aspiración que mantenerse en el machito y conservar sus propiedades, no tiene, empero, más objetivo que la contrarrevolución permanente: impedir que la desalojen. Y para ello aliena, embrutece y cloroforma al colectivo
De la tragedia ferroviaria acaecida hace unos días en Santiago, los medios de comunicación convencionales y ordenancistas han convenido en destacar el comportamiento solidario y la reacción espontánea del pueblo prestando ayuda y socorro mutuo e inmediato a los malhadados del descarrilamiento del tren Alvia Madrid-Ferrol. Se le lisonjea al pueblo, qué bien. Ahora es «pueblo» y no «público». Es tal el énfasis y desgañitamiento que destilan en sobar y enjabonar al «pueblo» -esas buenas gentes sencillas- que tal pareciera que lo acaban de descubrir.
Como si no terminaran de creerse que el «pueblo» es capaz de prestar sin interés ayuda a quien lo necesita y sin que se lo pidan. Acostumbrados como están a engañar, alienar, manipular al «pueblo», al personal, a la gente, fingen sorprenderse de este antidarwinismo social y ayuda mutua kropotkiniana ajena a la lucha por la vida en la jungla de asfalto que es la antropología capitalista a la que contribuyen a mantener y reproducir vendiéndose peor que las rameras.
Vuelven a mentir. Jamás han creído en el «pueblo» ni en la «ciudadanía» salvo cada cuatro años para que les legitimen en las urnas y dar carta blanca a nuevos latrocinios. Siempre que dicen, simulando adularlo, como quien mastica agua, algo imposible, que «el pueblo no es tonto» es que piensan justo lo contrario pues, si no lo fuera,sobra el comentario. La burguesía, que ya no tiene más aspiración que mantenerse en el machito y conservar sus propiedades, no tiene, empero, más objetivo que la contrarrevolución permanente: impedir que la desalojen. Y para ello aliena, embrutece y cloroforma al colectivo. Y atomiza al individuo sumiéndolo en «su» problema, el individuo «deslocalizado», desahuciado. Él se lo buscó. Sálvese el sistema y perezca el individuo.
Es como -lo he leído por ahí- subir en un autobús. Hay dos momentos: primero, cuando todo el mundo puede sentarse sin compañía y así lo hacen y, después, cuando no hay más remedio que sentarse con otra persona (que, por supuesto, no tenga pintas raras). Si te sientas al lado de alguien pudiendo hacerlo solo, eres sospechoso de no se sabe bien qué. Quizá, potencialmente, de dar la vara y barrila. Esto, hoy, se evita con los auriculares.
Estas cosas -dar conversación, que se decía antes- no pasaban ayer, en tiempos más sociables. Si alguien habla alto, todos pegan la hebra. Se impone lo social, pero nos quieren burbujas inyectables con la aguja hipodérmica del discurso dominante que es el de la ideología dominante y predominante. Pero, aprovechando una tragedia, cuyas causas son estructurales pero lo fácil es culpar al maquinista, a una persona, han decidido pasar la mano por el lomo del «pueblo». Y estos idiotas, que toman sus miserias espirituales por condición universal, les preguntan por qué hacen lo que hacen -como quien pregunta a un extraterrestre- y les responden que cualquiera en su lugar también lo hubiera hecho. Menos ellos, pero toca agasajar a quien paga y no manda.