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UDATE | CRíTICA Quincena Musical

Una visita llena de altibajos

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Mikel CHAMIZO

Si la anterior visita de Gergiev con la Orquesta del Mariinsky, en 2010, se recuerda como uno de los hitos de la Quincena Musical en los últimos años, los dos conciertos que el tándem ruso ha ofrecido este fin de semana han resultado algo decepcionantes. Gergiev abrió la velada del sábado con el “Preludio del acto I de Lohengrin”, que venía de tocar un día antes en el Festival de Peralada en un monográfico dedicado a Wagner. Se notó el trabajo reciente y además Gergiev es un buen wagneriano. Abordó el “Preludio” desde un ángulo más contemporáneo que romántico, creando un gran crescendo de frecuencias desde la agudísima melodía inicial de los violines a la plenitud del espectro orquestal del clímax. Extraído de su función introductoria a la ópera, Gergiev se centró en la delicadeza y el preciosismo sonoro de este “Preludio”, dificilísimo de tocar, que la Orquesta del Mariisnky dibujó con notable precisión.

El nivel bajó abruptamente con las “Variaciones Rococó” de Tchaikovsky, en las que abundaron las imprecisiones de la orquesta y unos tempi algo extravagantes. El joven Alexander Buzlov es uno de los violonchelistas de técnica más depurada que haya visto en mucho tiempo, con un fraseo de delicioso legato en las variaciones lentas y una claridad cristalina en la digitación de las más rápidas –en las que a veces patinan hasta los mejores chelistas–. Pero a Buzlov le faltó quizá mayor intensidad emocional, intención, sobre todo en unas cadencias que tienden al dramatismo y que él dibujó con demasiada corrección. La dirección de Gergiev tampoco ayudó.

Pero el gran chasco de esta visita del director ruso a Donostia ha sido, sin duda, su Brahms. Se esperaba con interés está incursión de Gergiev en el repertorio canónico, pues casi siempre le hemos visto aquí dirigiendo música rusa y otras cosas no tan centrales como Brahms. Y resulta que nos dimos de bruces con una “Sinfonía nº2” poco menos que leída. Por supuesto que tenía ese empuje inagotable que impone Gergiev a todo y la Mariinsky cumplió con creces, pero una tangible ausencia de visión estructural, del dónde viene y a dónde va cada motivo y cada movimiento, derivó en una versión de muy poca solidez, por no decir aburrida.

Pasaremos de puntillas sobre el problemático Mozart del domingo para quedarnos con el buen sabor de boca que nos dejó la interpretación impactante, intensa, profunda y compleja que realizó Gergiev de la “Sinfonía Babi-Yar” de Shostakovich, con un Mikhail Petrenko maravillosamente expresivo y un Coro Easo excepcional, que sorprendió a propios y extraños por la calidad de su actuación. Juntos regalaron una hora de gran música, como la que consigue hacer Gergiev en muchas ocasiones, cuando la moneda cae de cara.

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