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«El nombre de la rosa» cerró con un lleno absoluto

Erriberri cerró el pasado domingo el XIII Festival de Teatro Clásico, y lo hizo a lo grande, llenando las gradas del escenario montado en el Palacio Real para ver la primera versión para teatro de la obra de Umberto Eco «El nombre de la rosa», que han coproducido Ados Teatroa, Al Revés Producciones, Tres Tristes Tigres y La Nave.

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Texto: Aitor AGIRREZABAL   Fotografías: Iñigo URIZ | ARGAZKI PRESS

Alrededor de 500 personas tuvieron la fortuna de disfrutar de la función, mientras que en el pueblo más de uno se movía en busca de entradas en reventa. La expectación que ha despertado la adaptación a la obra del escritor y semiólogo italiano ha tenido su fiel reflejo en este montaje que estaba programado para el día 20 de julio, pero que fue retrasado debido a la enfermedad y posterior fallecimiento de Javier Leoni. El domingo, fue la primera actuación sin el actor extremeño, y sus compañeros quisieron rendirle homenaje con una sobresaliente actuación. De hecho, la función terminó con una despedida ofrecida por su compañero Pedro Antonio Penco y un «hasta siempre, Leoni» iluminado junto al rostro del actor en el fondo del escenario.

La obra presenta temas que llevan vigentes más de 700 años, vaivenes que merodeaban las cabezas de la gente de aquella época y que siguen castigando a muchos hoy en día. Así, el miedo al conocimiento, la censura del saber o la riqueza de la Iglesia católica se trasladaron hasta Erriberri. Allí, en un marco inmejorable como el palacio, la obra protagonizada por Karra Elejalde y Juan José Ballesta, en los papeles de Guillermo de Baskerville y Adso de Melk, respectivamente, cumplió con las expectativas generadas desde que se anunciase su representación en el festival.

No es fácil montar una obra pensada para teatros cerrados en un escenario al aire libre. Sin embargo, el silencio se apoderó del entorno al mismo tiempo que la luz caía. Desde el inicio un espíritu de oscuridad tomó las gradas, con una primera escena donde los monjes recorrían el escenario bajo la única luz de las velas que ellos mismos portaban. La lucha entre la luz de la razón y la oscuridad del fanatismo estaba servida.

La obra, con más de 15 millones de novelas vendidas y su posterior exitosa adaptación al cine protagonizada por Sean Connery, abre una nueva vía, esta vez sobre un escenario. La censura del saber centra parte de la obra, donde las nuevas tendencias que plantea el personaje de Guillermo de Baskerville chocan con las ideas tradicionales de una Iglesia c<atólica que considera herejes los nuevos planteamientos. Los monasterios se convirtieron entonces en grandes bibliotecas que reunían y escondían las nuevas corrientes del saber, y solo Dios y algunos privilegiados monjes podían acceder a ellas.

El miedo al conocimiento, al avance de la sabiduría, refleja una disputa entre los intereses de unos y otros. El temor producido por el fanatismo protege los privilegios de una Iglesia que ya por entonces discutía su posición frente a la riqueza. La obra se desenvuelve en una abadía benedictina situada en los Alpes, que va a acoger un encuentro entre franciscanos y enviados del Papa para zanjar las diferencias. Allí se debe debatir la contradicción entre el voto de pobreza y las inmensas riquezas que atesoraba y atesora la Iglesia. El protagonista, Guillermo de Baskerville, es nombrado mediador en este encuentro, pero cuando llega a la abadía se encuentra con una secuencia de crímenes extraños que centran la obra. Querer saber, desear avanzar en el conocimiento, la curiosidad va matando a los personajes de la obra. Las nuevas corrientes llegadas desde Grecia van acabando con ellos a través de unos extraños crímenes.

Más allá de los temas principales que aborda la obra, los pequeños conflictos de conciencia se suceden. El amor, las restricciones de la vida monacal, o la esperanza por un mundo gobernado por personas sabias y preparadas, y no por fanáticos o hambrientos de poder asaltan las mentes del público, que mostró su gratitud con una cerrada ovación al final de la obra, tan solo pausada para ofrecer unas palabras en memoria de Leoni.

La macedonia de temas por los que transcurre la historia hace difícil etiquetar la obra de Umberto Eco, que mezcla la novela policiaca, la crónica medieval o la alegoría narrativa. La interpretación del amor supone más de un quebradero de cabeza, desde la inocencia del joven Adso en la materia, pasando por los consejos de Guillermo, hasta llegar a los placeres prohibidos y ocultos del resto de monjes.

Incluso el humor tiene su espacio en una obra de tintes oscuros. El humor o, por lo menos, la censura de la risa que las voces más fanáticas de la Iglesia romana plantean. Los monjes de la abadía benedictiana entendían la risa como la representación del ser maligno en la tierra, enfrentándose a las posturas franciscanas, que mostraban actitudes más abiertas. La censura de la risa no llegó a Erriberri y no evitó que, 700 años después, los agolpados en las gradas del Palacio Real soltasen alguna que otra carcajada.

Temas actuales vistos desde un prisma medieval, parece que el tiempo no pase. Las claves del éxito de esta obra son difíciles de describir bajo esa capa de oscurantismo, sin embargo, Umberto Eco enseña y abre ventanas a la reflexión. «Cuando las glorias del mundo desaparecen, lo único que resta son meros nombres. Sus nombres. Del esplendor de la rosa, pasado el tiempo, solo queda su nombre desnudo. El nombre de la rosa».

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