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Charlotte Delbo, la piel de la memoria

Hablaba Bertold Brecht de los «anunciadores de incendios», que los hubo -desde Franz Kafka a Walter Benjamín- , también vinieron luego los testigos de la catástrofe que dominó aquellos «tiempos oscuros» de los que hablase Hannah Arendt. Entre estos últimos se ha de incluir sin el menor titubeo a una señora nacida en París hace ahora cien años, Charlotte Delbo.

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Iñaki URDANIBIA

Todo empezó en lo que a ella se refiere el 10 de agosto de 1913, si bien el inicio de su más sangrante calvario, y la salvación posterior, se ha de fechar el 24 de enero de 1943, cuando ella junto a sus compañeras detenidas, una treintena, fueron reunidas con doscientas detenidas más de todo el Estado francés, para llenar, hasta los topes el único tren que en los cuatro años de la ocupación alemana transportó a mujeres de la Resistencia francesa a los campos de exterminio nazis. Este tren hacia el infierno, Auschwitz, fue conocido como le convoi des 31000, ya que tal era el número con el que iban a ser tatuadas; tras la nefasta experiencia no sobrevivieron ni una cincuentena. Precisamente el primer libro que publicó Delbo fue una obra de significativo título: «Le convoi du 24 janvier» (Minuit, 1961). No está de más recomendar sobre el mismo viaje un reciente libro editado por Circe: «El tren de invierno» de Caroline Moorehead . Entre las supervivientes, la mujer de la que recordamos su centenario, se iba a convertir en una de las voces de la conciencia del siglo pasado.

El verbo el espanto

En 1941 había partido, Charlotte Delbo, a Argentina de gira con la compañía teatral de Joubert, promotor, adaptador y dinamizador del teatro parisino Athenée; se había convertido en su secretaria y mujer de confianza. Al poco de iniciarse la tournée, y ante las noticias que llegaban del otro lado del charco (detenciones y fusilamientos de resistentes) precipitó su vuelta, a pesar de que todos trataban de impedírselo pues, según decían, iba directa a una ratonera, como de hecho sucedió.

Su propósito era unirse a sus camaradas entre los que se hallaban su compañero, la dinámica Danielle Casanova, el filósofo Politzer y su esposa Maï, etcétera. Con el nombre del filósofo, creador de la universidad obrera a la que asistió Charlotte Delbo a recibir clases , entre otros, del sociólogo y filósofo Henri Lefebvre, de quien años después sería su confidente, correctora, ayudante y colaboradora inseparable, sería conocida la redada, que acabó con los hombres fusilados en el monte Valérien y con las mujeres en el infame lager nombrado, tras haber padecido varias prisiones hexagonales.

De las doscientas treinta que partieron , cuarenta y dos regresaron. Charlotte Delbo con su estado de salud deteriorado, trató de encontrarse en París, otra vez con su amigo Joubert y sus actividades teatrales. Al final se trasladó a Ginebra y allá logró un puesto en algún organismo dependiente de la ONU. En el campo la líder era la nombrada Danielle Casanova, quien todas las reclusas esperaban que sobreviviera para testimoniar el infierno, fallecida Danielle el testigo fue tomado por Delbo, que al poco de salir se puso a escribir sobre la experiencia. Más de veinte años, no obstante, esperarían sus notas antes de ver su publicación. Fue en 1970 cuando vio la luz la trilogía «Auschwitz y después: I. Ninguno de nosotros volverá. II. Un conocimiento inútil. III. La medida de nuestros días» (hay traducción en Ediciones Turpial).

Tal obra puede ser considerada ejemplar, además de por el testimonio de lo padecido, en la medida en que parece encontrar el tono que tanto había preocupado a quienes escribieron la experiencia concentracionaria; el lirismo se híbrida con la fragmentariedad y con el escalofrío que va siendo expuesto en retazos con destellos poéticos. Ciertos aires de familia pueden hallarse con la escritura de Tadeusz Borowski, autor de «Nuestro hogar es Auschwitz» ( Alba); o en otras circunstancias con los relatos de Kolymà (Minúscula) de Shalámov.

Sobre esta combativa mujer ha planeado una gran injusticia, ya que sus escritos han permanecido casi ignorados o sepultados por el peso de los de Robert Antleme, Primo Levi, David Rousset y en el terreno de la ficción por los de Jorge Semprún, Imre Kesterz o Elie Wiesel. Apuntan , no sin tino, sus biógrafos Violaine Gely y Paul Gradvohl («Charlote Delbo». Fayard, 2013), que las causas de tal marginación se deben a que ella no dio a conocer sus testimonios recién acabada la guerra como hicieron algunos de los antes nombrados, momento en que se daba, en palabras de Robert Antelme, una «hemorragia de testimonios», aspecto al que se ha de sumar una visión de las mujeres como «descanso del guerrero», o como mínimo ayudantes de ellos, y no como guerreras de la Resistencia. Podría añadirse, sin forzar la nota, que sus intempestivos y discordantes pronunciamientos con respecto a la ortodoxia dominante, en el seno de la izquierda, del PCF y la URSS, no le ayudaron a ampliar el eco de su voz desde luego.

Una conciencia refractaria

Auschwitz marcó a esta mujer y le hizo posicionarse siempre contra los verdugos y a favor de las víctimas como lo expresó criticando las «vacaciones» de Maurice Thorez en Moscú mientras sus compañeros de militancia se batían el cobre, arriesgando su vida, resistiendo al nazismo, testimoniando a favor de David Rousset, oponiéndose a la guerra de Argelia, luchando en mayo del 68, o denunciando el proceso de Burgos (sobre el que escribió, por cierto, una obra de teatro «La Sentence»), o tomando postura contra la invasión de Praga por los tanques dichos soviéticos sobre la que escribió otra obra, o...

Charlotte Delbo un grito, contra viento y marea, en pos de la dignidad humana.

 

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