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CRíTICA: «Renoir»

Un momento en la vida de una familia de artistas (1)

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Mikel INSAUSTI

El buen cine sobre arte tiene mucho de pictórico, por lo que Gilles Bourdos no es el primer cineasta que intenta hacer una película como quien pinta un cuadro. En realidad hace como el propio Pierre-Auguste Renoir y toma apuntes del natural, componiendo retratos de un tiempo detenido. Estéticamente «Renoir» es una realización que recuerda bastante a «Un domingo en el campo» de Bertrand Tavernier. También evocaba a un pintor y su familia en serenos paisajes impresionistas, con una fotografía colorista de Bruno De Keyzer parecida a la que ha utilizado ahora el taiwanés Ping Bin Lee, conocido por sus esteticistas trabajos para Hou Hsiao-Hsien, Wong Kar Wai y Tran Anh Hung.

Michel Bouquet encarna a un Pierre-Auguste Renoir totalmente ensimismado, casi ausente. A pesar de la belleza que le rodea en su casa de Les Collettes en la Provenza, tiende a encerrarse en el estudio, consciente de que su tiempo creativo se agota. Él no podía saber que en 1915 le restaban cuatro años de vida, pero la cercanía de la guerra, con sus hijos en el frente, le hacía sentir el final de una era a través de las limitaciones de movilidad provocadas por la artrosis, y que le obligaban a permanecer frente al lienzo sentado en una silla de ruedas.

Dentro de la situación de aislamiento, la concentración del artista es mayor si cabe, aunque en sus noches de pesadillas le persiguen los fantasmas del pasado. Su esposa acaba de morir, y no puede evitar echar de menos a Gabrielle, la niñera que se convirtió en su modelo preferida, y a la que la dueña de la casa expulsó. Cuando aparece la joven Andrée Heuschling para sustituirla el anciano viudo llega a creer que la envía su difunta como una última voluntad, antes de irse al otro mundo; pero los historiadores consideran que fue una recomendación expresa de Matisse, quien conocía sus gustos y sabía que le iba a encantar su piel blanquecina, como así fue.

Sin embargo, enfrentarse a la juventud desde la experiencia no es tan fácil. El cuerpo desnudo de Andrée suscita en Pierre-Auguste un último acceso de vitalidad, disfrutando al límite de la contemplación del espectáculo de la carnalidad.

 

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