Bradley Manning, responsable de la mayor filtración de documentos sobre las guerras de Irak y Afganistán, y de cables diplomáticos a WikiLeaks, ha decidido pedir perdón por el daño que sus acciones podrían haber causado a Estados Unidos y a sus habitantes. El contexto en que se produce el acto de contrición, en el último día de alegaciones del juicio militar celebrado en su contra y por el cual podría ser condenado a 90 años de prisión, lo explica tanto o más que sus palabras, que se sitúan dentro de la lógica procesal y de la enorme presión que ha sufrido este joven de 25 años en su propio país. Porque si para buena parte de la comunidad internacional Manning es considerado casi un adalid de la libertad de expresión, los poderes fácticos y buena parte de la sociedad estadounidense no le perdonan.

Precisamente, el proceso judicial contra Manning, igual que la persecución a la que están siendo sometidos Edward Snowden y Julian Assange, demuestran que todo lo que ellos han denunciado se corresponde con la verdad y que Estados Unidos es una amenaza para millones de personas. Debería ser Obama, y no Manning, quien pidiera perdón por el daño causado.