UDATE | DONOSTIAKO ASTE NAGUSIA
Larga traca final desde La Flamenka a Sagues para una Aste Nagusia pletórica
Irrikitaldia, la sátira pirata sobre la Donostia de ayer y de hoy, cierra esta tarde una Aste Nagusia en claro crecimiento, con tanta gente como siempre pero más ambiente que nunca. Sobre todo por la noche, donde el ritual de los helados ya no es el fin de nada, sino el principio de todo.
Ramón SOLA | DONOSTIA
La Aste Nagusia de Donostia sigue reinventándose a sí misma y ha cerrado otra edición en clara progresión. Cada vez queda más lejos aquel tópico de la semana para turistas y ñoñostiarras que se limitaban a pasar el día en la playa, pasear abúlicamente por el Bule al caer la tarde, cumplir con el ritual de los fuegos y el helado, y plegar velas a eso de la medianoche.
Ha cambiado mucho el día, pero sobre todo lo ha hecho la noche, donde Donostia va camino de competir de igual a igual con el ambiente de las capitales vascas más bulliciosas. Lo acredita el desfile diario de fiesteros en busca de otra espuela, con mayor o menor grado de desesperación, cuando todos los locales cierran puertas a eso de las 4.00. Y con el plus de una variedad de ambientes enorme en los escasos dos kilómetros que van de Sagues al puerto, o viceversa.
La noche empieza pronto en Donostia. Gusten más o menos, los fuegos siguen marcando la pauta, así que quien quiera comer o beber algo cómodamente ya sabe que unos minutos antes de las 22.45 todos los garitos se vacían sospechosamente.
El puerto es un ir y venir de barcos de todo tipo, desde el catamarán Ciudad de San Sebastián a las motoras de la isla pasando por todo tipo de naves menores. Maniobran para buscar un sitio en el que ver el espectáculo por partida doble, con su reflejo en la bahía incluido. El estruendo pirotécnico se mezcla con las ovaciones desde la playa, y la noche termina de caer a la vez que el humo se extiende por buena parte de la ciudad.
Pista para todos
La noche festiva en Donostia no pierde tiempo. Con los ecos de la última traca empiezan a atronar los conciertos en La Flamenka, escenario coqueto y agradecido donde los haya para grupos como Itziarren Semeak y Gora Herria, que cerraban el programa este viernes. El ambiente va creciendo mientras los turistas se detienen a leer con fruición los carteles y pancartas sobre nuestros conflictos más latente. El de los presos y el del TAV son los más trabajados.
Para entonces, en el Bule no cabe un alma. En algunas de sus catorce heladerías se apilan hasta seis filas de golosos, entre las que se escuchan decenas de idiomas. En el kiosko suena música de baile: tangos, salsa, rancheras... Más allá del puente, la Zurriola ya es una romería hacia Sagues. Hoy toca Fermin Muguruza para cerrar un ciclo que ha dejado ciertas sorpresas, como el pinchazo de los teóricamente comerciales Auryn frente el reventón de Gatibu, y conciertazos también de Los Chikos del Maiz u Obrint Pas.
En la trasera de los cubos hay otro mundo festivo. Un DJ y unos ritmos progressive ponen en trance a cientos, ¿miles?, de bailones. Predominan quinceañeros/as, y lo delata también la presencia en las filas de atrás de decenas de aitatxos y amatxos estirando el cuello para controlar a sus retoños. El mosaico lo completan quienes ya andan tarde para llenar el estómago en las cocinas del mundo con alguna pizza o churrasco, los que prefieren una espesa crepe al helado clásico, y quienes se dan un homenaje en forma de caipirinha o mojito.
La inconfundible voz de Muguruza suena al fondo. El concierto irá de menos a más, hasta acabar enorme. Otro tanto pasa en La Flamenka, donde algunos de los que han pasado por el escenario constatan que los donostiarras son un público diesel, al que le cuesta calentarse pero siempre cumple al final. Cerveza a litros. Entre la chavalería y algún que otro betigazte se abren paso los que llegan desde el Paseo Nuevo cargados de peluches, globos y demás mobiliario ferial. Pese al obligado cierre de la otra parte del Paseo los barraqueros están contentos y no se han producido los atascos enormes que pronosticaban los agoreros apocalípticos de turno.
Más allá de Portaletas, la Parte Vieja es un auténtico hervidero, y eso que la diversidad de la oferta -en algunos casos casi auténtica contraprogramación- dispersa al gentío. La temperatura anima a consumir fuera. La fanfarre no tarda en arrancar bailes. Llegan las odiosas comparaciones. Vale, sí, hay menos gente que en Iruñea, claro, pero también más nivel de baile y menos de alcohol, otra historia, cuestión de gustos.
Camino inverso al de quienes no se querían perder a Muguruza Kontrakantxa han hecho varias decenas que empezaron la noche en la sidrería de la Plaza Catalunya, con trikitixa, y la siguen de la misma forma, pero ahora en la Consti, donde cada noche hay romería. Las kalejiras enlazan a decenas y decenas de personas de todas las edades, la «capi» y la provincia, muchos euskaldunes con algún que otro turista despistado. Y ni las gotas que caen enfrían la noche festiva donostiarra.