Mikel Arizaleta | Traductor
Jone Artola, la txupinera de 2013 de Bilbo
El delegado del Estado español en Euskal Herria, el Sr. Urquijo, con su tricornio de plata en su mesa y su larga historia parda de tropelía verde a su espalda, viene a recordarnos aquellas fiestas de guerra
Sobre mi mesa de trabajo, un libro leído y releído, «¿Por qué los alemanes? ¿Por qué los judíos? Las cosas del holocausto», de Götz Aly, y otro iniciado, «El escarmiento», de Miguel Sánchez-Ostiz, en su ya segunda edición. Y una constatación. Luego de ambas bestialidades humanas, aquellos sucesos, desmanes, venganzas, odios, ensañamientos morales, justificaciones larvadas, complejos... tan descerebrados no están cerrados ni arrojados para siempre de la historia, aquellos hombres, que nos precedieron, en parte nos engendraron y parieron y recorrieron parecidos caminos de polvo, asfalto y margaritas, no fueron o son tan distintos de nosotros. ¡Vaya, que los casos y sucesos se pueden repetir, se están repitiendo!
El delegado del Estado español en Euskal Herria, el Sr. Urquijo, con su tricornio de plata en su mesa y su larga historia parda de tropelía verde a su espalda, viene a recordarnos aquellas fiestas de guerra, iniciadas por su antepasados en aquel agosto del 37 en Bilbo, tras su entrada en el Botxo: Dos meses escasos desde que las tropas franquistas entraran en Bilbao, su Ayuntamiento, en colaboración con Falange Española Tradicionalista y de las JONS., decidió celebrar las fiestas de agosto, unas fiestas que no limitaron sus fechas a la tradicional `Semana Grande', sino que fueron prolongadas hasta el doce de septiembre. Se abrieron con la presencia de la esposa de Franco y cerraron con la del Cardenal Gomá. La programación de los actos corrió a cargo de la Delegación del Estado de Prensa y Propaganda. La prensa bilbaina de entonces, «La Gaceta de Norte» y «El Pueblo Vasco», reproducían en sus páginas los homenajes, procesiones, desfiles, festejos taurinos, estrenos en los cines y la cartelera teatral del Arriaga.
Unos actos que manifiestan y nos dejan ver a las claras un régimen caracterizado por un nacionalcatolicismo represivo y rayano en lo sacrílego. Espectáculos y actos programados estaban encaminados a que: «el pueblo de Bilbao exteriorizara sus sentimientos de lealtad a la Patria y de adhesión y reconocimiento al Ejército salvador y al mismo tiempo sirvieran de desagravio y penitencia a los actos perpetrados en el periodo rojo-separatista». Mientras duraran las fiestas, se engalanarían e iluminarían el Paseo del Arenal y la Gran Vía, los edificios públicos y las torres de Santiago y Begoña, «iluminación realizada con el generoso desprendimiento de la Sociedad Hidroeléctrica Ibérica».
Al día 15, solemnidad de Nuestra Señora, se le daba un carácter especial de desagravio por el expolio sacrílego que había sufrido la imagen de la Virgen de Begoña, procediendo a coronarla de nuevo. El representante del Vaticano, Monseñor Antoniutti, fue el encargado de recitar las preces del ritual, recibiendo las coronas de las imágenes de la Virgen y el Niño de manos de la esposa del Generalísimo, invitada por el Ayuntamiento bilbaino para la ocasión. También se consideró oportuno establecer días señalados para celebrar acontecimientos y rendir tributo y homenaje a quienes habían contribuido y seguían haciéndolo por el triunfo del alzamiento. El comienzo de las fiestas sería anunciado con las músicas de una gran Retreta Militar que pasearía por las principales calles de Bilbo, repitiendo su recorrido en la fecha que finalizaran las mismas. Asimismo, la Sociedad Coral con la orquesta y banda municipal darían cuatro conciertos, dos en locales cerrados y otros dos en el Arenal. Diariamente actuarían en el Paseo del Arenal las bandas de la Falange y el Requeté de Pamplona invitadas a las fiestas, la banda de Tolosa y la de Falange Española Tradicionalista y de las JONS de Bilbao. Se destinaban tres días a suscripciones públicas, en beneficio de Asistencia de Frentes y Hospitales, Auxilio Social, Santo Hospital Civil y Santa Casa de Misericordia. El Ayuntamiento manifestaba su confianza en «que todo el vecindario colaborará con entusiasmo a los patrióticos propósitos que quiere la organización de los festejos, procurando exteriorizar en toda hora su adhesión a la Patria y al Ejército para que nuestros soldados puedan con estos agasajos y manifestaciones de admiración y cariño aliviar las muchas penalidades y sufrimientos para crear la España Una, Grande, y Libre a la que todos debemos dedicar nuestro pensamiento». Lo firmaba: La Comisión.
Por cierto, finiquitadas con aquella primera Bilboko Aste Nagusia de la historia de la posguerra de 1978, organizada por la mítica Primera Comisión de Fiestas al grito de «¡Hagamos populares las fiestas de Bilbo!», hasta entonces secuestradas por la derechota, tras 42 años de dura dictadura. A la txupinera de 2013, a Jone Artola, y con ella al pueblo de Bilbo en sus fiestas, este viejo delegado, recordatorio perenne de tiempos pasados, de imposición y guerra, de delegados de recorte de derechos, de exaltación de la barbarie y sumisión, censores de libertades, le quiere recortar las alas. ¡El Sr. Urquijo con su vara de escarmiento es un mal presagio hasta en fiestas en un día de sol y fiesta en el Botxo! Pues eso, el otro día leía en la puerta del campo de concentración de Dachau: Die Arbeit macht frei o, en boca de Miguel Sánchez-Ostiz en «El Escarmiento»: «Sirva de aviso».