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En defensa de la soberanía, la democracia y la paz en Egipto

Podemos ayudar a los países de la región, pero solo si las propias sociedades eligen el camino correcto». La frase es de Angela Merkel y, evidentemente, se refiere a la situación en Egipto. La sentencia resume como pocas la curiosa perspectiva democrática que los países de Occidente mantienen sobre la política en Oriente [se pueden intercambiar los términos Occidente/Oriente por centro/periferia, países desarrollados/en vías de desarrollo o, sencillamente, por ricos y pobres]. La primera parte de la frase de la canciller alemana rezuma colonialismo y espíritu evangelizador en dosis difíciles de digerir. La segunda es una mezcla a partes iguales de paternalismo, imperialismo y tutelaje sin complejos. La reacción de la gran mayoría de mandatarios mundiales a la victoria de Hamas en 2006 dejó en evidencia esa concepción: las bondades de la democracia dependen del resultado, en concreto de la sintonía entre el ganador y los intereses del eje atlántico en la región. Si no es así, lo mismo vale un ataque militar como el de Gaza, contraviniendo todas las normas internacionales, o un golpe de estado como el de Egipto.

A partir de esta constatación, el resto de argumentos esgrimidos para apoyar el golpe son excusas necias y/o malévolas. La única excepción puede ser la de las fuerzas de izquierda que dentro de Egipto calcularon que una alianza con el Ejército favorecía sus intereses. Si bien descalificar por principio esa opción corre el riesgo de reproducir los vicios señalados una y otra vez, lo cierto es que la dura realidad está demostrando que ese cálculo era totalmente erróneo y, a corto y medio plazo, ha debilitado a quienes defienden un Egipto soberano y al servicio de sus habitantes.

De entre todas las excusas para el golpe una de las más obscenas es la amenaza del caos, esgrimida por diferentes popes de la comunidad internacional, desde Tony Blair hasta el propio El Baradei. ¿Y ahora qué? ¿Cómo de terrible podía ser el caos al que abocaba al país el Gobierno legítimo para que superara lo visto estos días en El Cairo?

Por otro lado, no hay duda de que el de Morsi ha sido un mal gobierno desde un punto de vista popular y de izquierda. Incluso se puede considerar que ha sido timorato en cuestiones importantes de su propia agenda como, por ejemplo, la causa palestina. Sin embargo, si un mal gobierno fuese razón suficiente para derrocar a un ejecutivo a través de un golpe militar, Europa estaría gobernada hoy en día por gente a caballo, no por asnos que se limitan a transportar las alforjas de sus amos de cumbre en cumbre. En términos formales, los Hermanos Musulmanes han sido exquisitamente democráticos y todos los cambios en la estructura de poder que han intentado llevar a cabo han seguido los procedimientos de un estado de derecho. Incluida una constante negociación con el Ejército. Una prueba más de su realismo político.

Por el momento parece que los Hermanos Musulmanes rechazan la opción de la guerra civil, no porque no tengan fuerza, aliados o voluntarios suficientes como para provocar una escalada de violencia, ni siquiera porque acepten la idea generalizada de que ese es el peor escenario posible para todos, empezando por el pueblo egipcio, sino porque en su cálculo político consideran que ahí pierden más que ganan. En una de las entrevistas que publicó GARA a pocos días del golpe, el secretario general del partido islamista Libertad y Justicia, Mohamed El Beltagy, afirmaba que su ventaja es que son más que los golpistas y que les asiste la legitimidad de las urnas. A eso se aferran. Cabría añadir que mientras sus adversarios están dispuestos sobre todo a matar, ellos también lo están a morir. Por el momento están ganando esa batalla, aunque el precio humano pueda parecer insostenible.

Decir «no son egipcios, son islamistas» -o, directamente, «terroristas»- es un recurso con poco recorrido en el contexto político musulmán. Sí puede abrir las puertas a la segregación, un escenario también muy complicado de gestionar y en el que la hermandad tiene ya mucha experiencia acumulada. Por mucho que se les tache de sectarios -y sin duda muchos de ellos lo son, lo van a ser más y en esta fase se van a aliar con auténticos extremistas en ese sentido-, tienen una larga tradición comunitaria que, ante la desidia estatal para con sus ciudadanos, les forja una gran popularidad entre las capas más pobres y necesitadas de su sociedad. Así es como ganaron las elecciones.

Del mismo modo, la amenaza de ilegalización de los Hermanos Musulmanes es un automatismo previsible. Se trata de un caso más de negación de la realidad, solo que con la peligrosa derivada de que existe un programa que no solo habla de negar esa realidad, sino directamente de exterminarla. Algo que, no obstante y dada su implantación social, parece poco viable (por mucho que en la mencionada serie de entrevistas se hayan escuchado auténticas barbaridades en ese sentido). Asimismo, al tratar el tema de la ilegalización, muchos comparan el caso con Argelia, pero no está de más recordar el caso turco.

En definitiva, un escenario endiablado con hondas repercusiones, tanto en la región como a nivel global, y con responsables que para tapar sus miserias fingen sorpresa o desazón ante la barbarie.

Desde Euskal Herria y desde un punto de vista de izquierda, defender lo que uno votaría en el hipotético caso de que fuese egipcio no puede ser incompatible con defender lo votado realmente por los egipcios. Se pueden criticar los errores, los desmanes y el programa de los Hermanos Musulmanes sin por ello caer en una suerte de despotismo ilustrado con tintes neocoloniales. De lo contrario se corre el peligro de, como si de un espejo se tratara, argumentar basándose en un reflejo que reproduce a la inversa esa concepción democrática que tanto criticamos.

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