La confirmación de que el equipo Euskaltel Euskadi desaparecerá al concluir la presente temporada ha consternado al mundo del ciclismo y a todos los seguidores de este deporte. Durante dos décadas el equipo profesional surgido de la Fundación Euskadi ha sido el principal representante vasco en el pelotón internacional, y sus logros han sido sentidos como propios por los aficionados, que han vibrado con las victorias de sus ciclistas y han sufrido con sus contratiempos. La marea naranja que en los últimos años ha teñido los principales puertos del Tour es uno de los ejemplos de lo profundo que ha calado este equipo.

Todo eso va a ser historia a partir de la próxima temporada. Después de meses de infructuosa búsqueda de patrocinadores que suplieran la retirada de la inversión institucional la entidad ha tirado la toalla. La crisis no perdona, y no parece haber nadie que esté dispuesto a tirar del carro. Sin embargo, que la desaparición se anuncie solo un año después de que el proyecto cambiara su filosofía tampoco debe pasarse por alto, como mínimo para constatar que aquella insólita apuesta se ha saldado con un fracaso. La contratación de un gran número de corredores foráneos con el único objetivo de conseguir los puntos necesarios para garantizar la licencia UCI World Tour no ha repercutido positivamente en el ámbito deportivo, más bien al contrario, y ha creado una cierta desafección entre quienes siempre han considerado que Euskaltel Euskadi era algo más que un equipo profesional. Muchas personas se sintieron dolidas por aquella controvertida decisión, que también dejó damnificados entre los corredores.

Quizá eso ya no importe ahora que el futuro del equipo está sellado, pero en Euskal Herria sigue habiendo grandes ciclistas que no dejarán de contar con el aliento de la mejor afición del mundo, y cuando una escuadra vasca regrese a la élite lo ocurrido le servirá de lección, le ayudará a no olvidar que por mucho que uno crezca no puede sostenerse si abandona sus raíces.