Mikel CHAMIZO

Componer es también establecer un territorio, una extensión, un espacio primero material (el papel sobre el que el lápiz traza instrucciones) y luego sonoro, que se esculpe y al que se intenta dar forma antes incluso de que su propia forma nos desvíe de la ruta prevista, perdidos en un laberinto que guía, esconde y señala un horizonte huidizo». Son palabras de Ramon Lazkano sobre “Lurralde”, una de sus últimas creaciones, escrita por encargo del Cuarteto Diotima y que se pudo escuchar por primera vez en Euskal Herria durante el recital que el conjunto francés ofreció el lunes en el marco de la Quincena Musical. “Lurralde” es la creación camerísticas más extensa de Lazkano hasta la fecha. En ella destila el donostiarra todo su virtuosismo instrumental, en un impresionante ejercicio de autoexigencia para evitar en todo momento la «trampa» de una sonoridad convencional. En los 25 minutos de duración de “Lurralde” no emana un solo sonido «tradicional» de los instrumentos del cuarteto, transmutados en entidades volátiles, susurrantes, que evocan una magia traviesa que hechiza al oyente a la par que lo engaña, haciéndole creer que escucha cosas familiares cuyo origen desconoce por completo. “Lurralde” es una creación inconmensurable en extensión y complejidad, demasiado rica en sentidos para ser juzgada en una primera audición. Pero algo es indudable: se trata de una obra grande de un autor de categoría equiparable a la de los mejores compositores de Europa. Y el Diotima, que es un cuarteto admirable en su sutilidad y entrega, la regaló en su mejor forma.