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Iñaki Urrestarazu | Economista

Egipto, los militares y los Hermanos Musulmanes

Los mismos que auparon a los Hermanos Musulmanes son los que los han derrocado, vista su incapacidad de gestión y para evitar «males mayores»

Ante la revuelta de Egipto protagonizada básicamente por los sectores más explotados de la sociedad y los jóvenes, el Ejército egipcio y su tutor el imperialismo norteamericano, optaron, como mal menor, cesar a Mubarak y colocar al Ejército como gestor seguro de sus intereses. Tras unas maniobras fallidas de recambio, pronto encontraron a los Hermanos Musulmanes como la baza más idónea para realizar cambios de fachada. De hecho, para que nos situemos, los Hermanos Musulmanes representan básicamente a sectores de la burguesía, están íntimamente ligados al orden capitalista, a la propiedad privada, al capital internacional y a las multinacionales. Son enemigos de las huelgas y son homologables a las derechas europeas más reaccionarias y, en concreto, al PP del Estado español.

Su obsesión política principal es islamizar las instituciones y la sociedad, convertir a aquellas en instrumento de la religión, aunque dentro del sistema capitalista y sus estructuras. Es así, que se convierten con mucha facilidad -al igual que otras corrientes del islamismo político- en instrumentos de dominio y terror del imperialismo. La historia de los Hermanos Musulmanes egipcios también ha sido una negra historia, muy dependiente del imperialismo y la CIA -colaboración en el intento de asesinato de Nasser- y, a pesar de cierta persecución, con presencia tolerada y bastante continuada en las instituciones del Antiguo Régimen de Mubarak.

Apenas participaron en las movilizaciones populares contra Mubarak, solamente hacia el final, y pronto se desmarcaron para entrar en negociaciones con el Ejército y aprovechar la oportunidad que se les brindaba de acceso al poder y de islamización de las instituciones egipcias, lo único que les ha importado -nunca van a estar en la calle salvo para sus reivindicaciones sectarias-. De hecho, es el Ejército -y por tanto los EEUU- quien les va aupar al poder, el que va a darles todas las facilidades para que se hagan con ciertas parcelas del mismo.

Así, por ejemplo, negocian una primera propuesta de Constitución con base islamista -fundamentalmente la de Mubarak- y la realización rápida de elecciones, puesto que en el corto plazo, dado su nivel de organización -lograda con el Antiguo Régimen- y las grandes aportaciones financieras de las Monarquias del Golfo (sobre todo Qatar) utilizadas para clientelizar a la gente mediante el reparto de comida y aceite, podía asegurarles una victoria electoral frente al movimiento popular sin niveles adecuados de organización todavía. Una renta electoral de la que podían disponer en el corto plazo, pero no tanto si se retrasaran las elecciones. El Ejército -y también Obama- tenía también mucho interés en que el proceso de transi- ción fuera corto y rápido, con el fin de desmovilizar a las masas y no dejarlas organizarse. El farragoso y largo proceso electoral ideado por los militares respondía a las mismas razones de desmovilización.

Ha sido un choque constante de dos formas de entender el proceso de transición o constituyente, el choque entre intereses contrapuestos: el del Ejército y los Hermanos Musulmanes, por una parte, y el de los movimientos populares por la otra. El movimiento popular aglutinado en torno a Tahrir discrepó ya desde los primeros momentos del proceso tanto con el Ejército y su papel tutelar y represivo como con las prisas y el deseo compulsivo de islamizar el país de los Hermanos Musulmanes. En todo momento el movimiento popular ha denunciado la monopolización del poder por los militares, y sus pretensiones de mantenerse por encima de cualquier Constitución y de cualquier Parlamento y poder civil.

Al mismo tiempo, ha exigido en todo momento al islamismo que se iba haciendo con importantes resortes de poder, un proceso abierto, pausado y consensuado, que tuviera en cuenta a la voluntad popular y a la pluralidad de fuerzas en presencia. Ha exigido constantemente la creación de un Gobierno de Salvación Nacional de consenso que dirigiera unas elecciones para una Asamblea (Comisión) Constituyente en donde se debatiera ampliamente un proyecto de Constitución abierto y no sectario, laico, y sin privilegios para los militares, y tras su aprobación, una elecciones legislativas primero, con el tiempo suficiente para que las fuerzas pudieran organizarse y presentar y contrastar sus programas; y unas elecciones presidenciales después. Exigían al mismo tiempo cambios económicos de calado.

Desde que los Hermanos Musulmanes y el propio Morsi han ido tocando parcelas de poder, han demostrado una prepotencia, totalitarismo y desprecio totales de las reivindicaciones de la calle siendo su objetivo fundamental, como decíamos, el islamizar -en colaboración con los salafistas- toda la sociedad.

Con este objetivo, Morsi acumuló en un momento dado un poder casi absoluto. Ha seguido por otra parte al pie de la letra los dictados del FMI y de las multinacionales a cambio de sus créditos, conduciendo el país a una catástrofe económica y a empeorar drásticamente la situación cotidiana de la mayoría de los egipcios -peor que con Mubarak-. Sumiso al imperialismo, ha respetado los Acuerdos de Camp David que posibilitan la inmunidad de Israel en Palestina, ha colaborado en el bloqueo de Gaza y sus túneles y pasos, ha callado ante las agresio- nes de Israel y colaborado en romper los núcleos de resistencia antiimperialistas de Palestina, Hizbullah, Siria e Irán. Y para colmo de los colmos, Morsi hizo una llamada al Ejército a participar en la guerra mercenaria e imperialista contra Siria, a lo que el Ejército se negó.

Su pretendida legitimidad a la que aluden algunos ha sido siempre más que dudosa y se ha ido deteriorando hasta el punto de perderla totalmente. Ha jugado con el apoyo del Ejército -es decir, del imperialismo- y las bazas que este le ha proporcionado -rapidez de elecciones, secuenciación de hechos siempre favorables a los HM- más las bazas del apoyo financiero importantísimo de las Monarquías del Golfo. Las elecciones y referendos las han ganado con escasa participación de gente, con mayorías ajustadas, con un apoyo escaso del conjunto de la población, en un proceso de declive y descenso -los 10 millones de votos de los Hermanos Musulmanes en las elecciones parlamentarias cayeron a los seis que obtuvo Morsi en la primera vuelta de las presidenciales, y recordemos que son 51 millones los que tienen derecho a voto, lo que significaría un insignificante 11,7%- y, sobre todo, que la legitimidad la ha ido perdiendo totalmente frente al clamor masivo, multitudinario, de millones y millones de personas en la calle, y de millones y millones de firmas, que son las que en realidad tienen toda la legitimidad, frente a la fraudulentamente usurpada de los Hermanos Musulmanes.

El Ejército ha sido -a las órdenes de su tutor norteamericano- quien ha controlado en todo momento el proceso. Aceptó -seguramente a regañadientes- la baza de los Hermanos Musulmanes que se le impuso. Sus relaciones con estos han sido un tanto tensas y conflictivas, les han dejado hacer en sus deseos compulsivos por llegar al poder y por islamizar, pero celosos de su propio poder han tratado en todo momento de asegurar su supremacía. Con el derrocamiento de Morsi y de los Hermanos Musulmanes, el Ejército ha querido evitar a su manera, violentando el proceso, lo que más temía y era harto probable, el que el enfado y las movilizaciones populares desbordaran un poder ya deslegitimado, autoritario y fanático y se creara un poder anticapitalista y antiimperialista.

Los mismos que auparon a los Hermanos Musulmanes son los que los han derrocado, vista su incapacidad de gestión y para evitar «males mayores». Ahí se ha visto la fuerza del movimiento popular, eje del movimiento de la calle. Está por ver qué pasará en el futuro. Los Hermanos Musulmanes tenían perdida hace tiempo toda legitimidad y querer aferrase al poder que tuvo no conducirá a nada. El proceso constituyente tendrá que iniciarse de nuevo y la izquierda organizarse para enfrentarse a los militares, al fanatismo y al imperialismo.

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