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El juicio contra Bo Xilai busca el castigo a la corrupción y, sobre todo, a un político molesto

La segunda sesión del juicio contra el exdirigente del PCCh Bo Xilai no resultó precisamente favorable para el acusado, debido al testimonio de su esposa, Gu Kailai. En cualquier caso, al margen de esa declaración, grabada en prisión por una persona condenada a muerte y cuya «buena conducta» puede conmutarle esa pena por la de cadena perpetua, parece difícil que el juicio termine de forma favorable a Bo Xilai, un «príncipe rojo» que de una ascendente carrera política que estuvo a punto de llevarle a formar parte del Comité Permanente del Buró Político del PCCh, desde su gran popularidad y prestigio, ha pasado a sentarse ante un tribunal popular chino acusado de corrupción, una acusación tras la que a menudo se ocultan otros hecho no delictivos pero que provocan el recelo de los dirigentes chinos. En el caso de Bo, su proximidad y capacidad de atracción de las capas populares, su atípica forma de hacer política y su ambición. Posiblemente esas son las verdaderas causas de su procesamiento, y es posible que la sentencia sea ejemplarizante, porque supuestamente la lucha contra la corrupción así lo exige, aunque la verdadera exigencia de castigo provenga de los guardianes del statu quo.

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