GARA > Idatzia > Eguneko gaiak

Treinta años después de las inundaciones de 1983 | Josemari amantes. Testimonio recogido por Agustín GOIKOETXEA

Fue complicado pasar de vivir la fiesta a sufrir la tragedia

Treinta años después, el testimonio del comparsero de Moskotarrak Josemari Amantes sobre cómo vivió las inundaciones de 1983 mantiene su frescura y sirve para que muchos rememoren aquellos trágicos hechos y quienes no los vivieron conozcan de primera mano el papel que jugaron las comparsas.

p004_f04.jpg


Aquel 26 de agosto, viernes de Aste Nagusia (que, por cierto, era el día del disfraz), nos encontrábamos en la recta final de las fiestas. Todo estaba preparado: los almacenes de las txosnas repletos de género con la esperanza de recuperar un poco de las escasas ventas obtenidas durante esa semana, que había pasado con más pena que gloria debido al mal tiempo. La Comisión de Fiestas era paritaria y estaba compuesta por aproximadamente el mismo número de componentes de los partidos políticos con representación municipal y de las comparsas; creo recordar que éramos siete personas de cada colectivo.

(...) El caso es que ese viernes yo decidí comer con mi familia para bajar después, a los postres, a repasar las cosas que tenía pendientes y de las que era responsable. A primera hora de la tarde recibí una llamada en mi casa (en aquel tiempo no teníamos móvil) que no recuerdo si era del presidente de la comisión -el concejal Julián Fernández- o de alguien que, en su nombre, me requería para que bajara cuanto antes al Mandoya, ya que se preveían unas fuertes inundaciones. La verdad es que eso a mí me sonaba a chino, porque sí que había llovido mucho pero ¿quién iba a pensar en unas inundaciones? El caso es que bajé hacia el Casco Viejo y, al cruzar el puente del Arenal, me di cuenta de que lo que decían no era nada exagerado, pues las aguas bajaban con una fuerza terrible. Yo diría que bajaban enfurecidas.

(...) Una de las primeras medidas que se decidió tomar era pedir a los comparseros el desalojo de las txosnas, dado que su ubicación, al borde de la Ría, las hacía el primer objetivo de las aguas. Ingenuamente algunas de ellas, por ejemplo la mía, Moskotarrak, ya habían tomado precauciones y, pensando en que el asunto no iría a más, sencillamente habían trasladado a un altillo (que hacía las veces de almacén) ciertas cosas de valor, como algunas bebidas, maquinaria o, en nuestro caso, unos magníficos y carísimos jamones que teníamos para decorar la txosna. Por supuesto, casi todo aquello desapareció poco después arrasado por la riada.

(...) Volviendo a mi experiencia, el primer lugar al que tengo que acudir es a la antigua estación de tren de La Naja, frente al Arriaga, y pedir a la gente que se había concentrado allí, para contemplar el espectáculo de las aguas turbulentas, que desalojaran el lugar dado el riesgo que corrían. Y es que se decía que la Ría arrastraba, entre otras muchas cosas, bidones de productos inflamables que podían estallar contra cualquier obstáculo que se encontraran y allí mismo estaban las bases del puente, que podía ser ese obstáculo.

De hecho, a lo largo de la jornada se produjeron explosiones, en algunos casos provocadas por electrodomésticos o incluso coches que llegaron a estrellarse contra paredes de edificios, sin ir más lejos a la altura de la calle Somera. Pero claro, al ir vestidos de comparseros no teníamos suficiente autoridad para convencer -y mucho menos para ordenar- a la gente de que abandonaran ese lugar porque en poco tiempo podía desaparecer bajo las aguas, como así fue. Conseguimos convencerles cuando nos cabrearon lo suficiente.

Acto seguido nos acercamos al edificio de La Bilbaina, ya que a esas alturas fallaba la electricidad y sabíamos que en ese lugar disponían de generadores alternativos. Desde allí hicimos varias llamadas telefónicas, entre ellas a Radio Bilbao, que fue durante largo tiempo la referencia informativa para muchísima gente. La radio fue fundamental para estar informados y mantener cierta calma en aquellos primeros momentos de incertidumbre. No había electricidad en muchas casas, pero la radio funcionaba a pilas, así que ese inconveniente estaba salvado.

A todo esto, la ciudad se iba transformando y la población iba asumiendo las consecuencias de lo que sucedía. Para nosotros, gente muy joven, fue complicado cambiar el chip y pasar de vivir la fiesta a sufrir la tragedia. Nosotros, de alguna manera, representábamos la juerga, la alegría; sabíamos preparar las fiestas pero tuvimos que aprender, sin cursillos ni métodos intensivos, a organizarnos y organizar a la gente para afrontar aquella situación. Por supuesto, seguíamos las pautas de los concejales y técnicos, y entre todos íbamos improvisando soluciones a los problemas que iban surgiendo.

En este punto quiero tener una mención especial para el alcalde, José Luis Robles, a quien accedíamos con fluidez. Para mí, fue uno de los principales responsables de que toda esta terrible historia se resolviera con éxito. Todavía conservo el bando que, pasada la catástrofe, se publicó el domingo 2 de octubre en todos los medios de comunicación. Tuvo la delicadeza de empezar sus agradecimientos de la siguiente manera:

«A los componentes de la Coordinadora de Comparsas de las Fiestas de Bilbao y a todos los jóvenes que formando parte de ellas o no, en un acto cívico de primer orden, se pusieron, con entusiasmo y coraje ejemplares, a la plena disposición de esta Alcaldía. Su ayuda, puedo testificarlo, fue de vital importancia para la superación de los primeros momentos de la catástrofe».

Aquel viernes hicimos muchas cosas en poco tiempo pero la noche se nos echó encima enseguida. Teníamos que ir a casa, descansar un poco, cambiarnos de ropa y tomar algo para continuar trabajando a destajo el sábado. El viernes y el sábado fueron los días más dramáticos (...).

El sábado me tocó formar parte de un reparto de agua potable que se estableció en las escalinatas del ayuntamiento. La gente se comportó con una entereza y una disciplina que te ponía la carne de gallina. (...) Pero donde más sufrí, hasta el punto de saltárseme las lágrimas (y eso que es algo que me cuesta expresar) fue en el barrio del Peñascal, barrio que por cierto no conocía hasta aquel momento.

Fuimos a llevar comida, agua y otras cosas porque estaban poco menos que incomunicados. Una de las primeras imágenes que vi fue la de una familia que se desesperaba por no dejar escapar un inodoro que se llevaba la corriente de agua del interior de su casa hacia la calle. El agua no era muy caudalosa pero aún llevaba mucha fuerza y la casa no tenía ya ni la puerta de entrada. Gente humilde que estaba perdiendo lo poco que tenían.

(...) De nuevo en las Siete Calles, las botas y las palas habían sustituido definitivamente a los bombos, trompetas y estandartes de los comparseros. Hasta el mismo Tonetti, el popular payaso del Circo Atlas, se calzó unas katiuskas y se puso a recoger barro con el resto del personal de su circo. Todo el mundo quería ayudar y estaba dispuesto a trabajar incansablemente para superar aquella situación. El problema era poner un mínimo de orden en las improvisadas y voluntariosas labores.

Por ejemplo, las botas, palas, picos y demás enseres necesarios para abastecer a los cientos y cientos de voluntarios y voluntarias que bajaban a ayudar se fueron consiguiendo de distintos empresarios y pequeños almacenes que tenían relación con el Ayuntamiento.

Yo recuerdo haber ido a una lonja en la calle Egaña cuyo dueño nos dio permiso incluso para forzar la puerta si no podíamos acceder a por el material. La solidaridad estaba fuera de toda duda.

Bien es cierto que también hubo quien quiso aprovecharse de la situación. En muchos barrios, como en La Peña, se formaron cuadrillas de gente para protegerse de los pillajes de algunos desalmados.

(...) Recuerdo muchas cosas de aquellos días. Recuerdo mucha, muchísima gente trabajando en las calles, empujando el barro hacia el centro de la calle. Recuerdo el silencio de la gente y el olor a barro y humedad.

Por lo que se refiere a las comparsas, lo pasamos muy mal durante un tiempo largo. De hecho, Moskotarrak -que es lo que yo más conozco- estuvo en riesgo de desaparecer porque tuvimos que pagar a bastantes proveedores.

Algunas empresas grandes perdonaron la deuda y la encauzaron a través de los seguros, pero otras muchas nos exigieron el pago de unos suministros que no llegamos a utilizar. Pagamos como pudimos pero la consecuencia fue que en 1984, por ejemplo, no pudimos montar la txosna en Aste Nagusia porque no teníamos garantías suficientes para sufragar los gastos que acarreaba el montaje. Finalmente lo superamos e incluso crecimos como comparsa.

Evidentemente, lo peor de todo fueron aquellas 36 personas fallecidas, un auténtico drama. Y, asimismo, aunque en menor medida, los miles de trabajadores que no perdieron la vida pero sí sus puestos de trabajo.

Todavía conservo en mi trastero las botas de agua que utilicé en las inundaciones. Cada vez que hago limpieza y me desprendo de muchos objetos inservibles, allí las veo y me resisto a tirarlas a la basura. Sería como echar al contenedor parte de mis recuerdos.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo