Si hay algo complicado en el mundo de la música sinfónica, en el que el mismo puñado de obras se repite una y otra y otra vez, eso es sin duda sorprender, y más aún hacerlo positivamente. Calculo que en los últimos años el «Concierto para piano nº20» de Mozart se habrá podido escuchar en Donostia en media docena de ocasiones, incluso por pianistas tan destacados como Christian Zacharias. Y, sin embargo, la versión que hizo el viernes el joven Christopher Park fue absolutamente personal y desentendida de lo que podríamos considerar el canon interpretativo mozartiano, sea lo que sea en realidad esa entelequia. Sobre todo por el carácter que imprimió Park a su pianismo: introvertido, tímido, como absorto en una reflexión intelectual, nociones que difícilmente se suelen asociar a la naturalidad y falta de prejuicios con que fluye siempre la música de Mozart. Una extraordinaria gama de matices dinámicos, sobre todo en su espectro más suave, y una concentración absoluta en la pulcritud del sonido, que llegó a acarrear por momentos un desconcertante rendimiento frente a la fuerza de la orquesta, otorgó un halo fatalista pero extraordinariamente humano a la interpretación de Park, que lo mismo que fascinó a algunos horrorizó a otros.

Mucho más canónico fue el trabajo que Paavo Järvi llevó a cabo con la "Sinfonía nº3" de Bruckner, dedicada a su admirado Richard Wagner, cuyas citas sobrevuelan los momentos más hermosos de la partitura. Se trata de un repertorio central para la Orquesta de la Radio de Frankfurt y que Järvi comprende plenamente, como demostró en el despliegue de dramatismo con que supo vestir la música de en esta versión más que notable del monumento bruckneriano.