CRíTICA: «Perder la razón»
El a veces insuperable reto de la maternidad bajo presión
Mikel INSAUSTI
La ópera prima del cineasta belga Joachim Lafosse «Propiedad privada» funcionó gracias al lucimiento estelar de Isabelle Huppert, y en su cuarto largometraje vuelve a recuperar aquellas buenas sensaciones por obra y gracia de Émilie Dequenne, cuya interpretación en «Perder la razón» le ha valido el premio de Mejor Actriz en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, trece años después de llevarse la Palma de Oro con los hermanos Dardenne por «Rosetta». Entonces aún no había cumplido los 18, pero es que mañana jueves cumplirá los 32, con lo que en pantalla sigue pareciendo muy joven.
Su papel en «Perder la razón» es el de una veinteañera que, sin tiempo para darse cuenta, se ve convertida en una madre de familia numerosa. A tres hijas muy seguidas le sucederá el deseado varón, por lo que la presión familiar apenas le dejará opción para barajar la posibilidad de la interrupción voluntaria del embarazo. Cuatro hijos ya son demasiados para ella sola, y se vendrá completamente abajo al tener que renunciar a su trabajo como maestra para cuidar de ellos. No le queda escapatoria, debido a que vive con su marido en la casa del suegro, quien ha ayudado económicamente a la pareja desde el principio, erijiéndose en el todopoderoso jefe de familia.
Los hechos narrados se inspiran libremente en un suceso real, un caso de infanticidio de los que conmocionan a la opinión pública. La imagen de apertura con el traslado de los cuatro pequeños féretros blancos es similar a la que se pudo ver en los informativos, pero lo que sigue es un drama existencial que quiere descubrir lo que se esconde detrás de la noticia. A los titulares sensacionalistas suele seguir la condena automática de la parricida, sin hacer un estudio de las posibles causas que llevaron a una mujer a acabar con la vida de sus criaturas. La película aporta datos suficientes para que el espectador se haga una composición de lugar, sacando sus propias conclusiones. No se le da ninguna relevancia al crimen en sí, escenificado fuera de campo a través del sonido de la llamada telefónica a la policía, poniendo el acento en la desesperación de una mujer acorralada en un hogar gobernado por hombres.