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Crónica | Cursos de verano de la UPV-EHU

No hay truco; la clave del buen orador es ser uno mismo

Alguien recuerda el día en que conoció a los padres de su pareja?». Suspiros y risas en el aula. La pregunta era aparentemente inocente, pero el experto en oratoria Enrique Pérez pretendía ir más allá. «Habrá quien no calló y, por contra, quien optó por sellar su boca durante toda la cena». Que no cunda el pánico, hablar en público con eficacia es posible.

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El buen ambiente reina en el aula. Enrique Pérez y Ángel Ignacio Lafuente dominan las palabras y saben cómo explicar las cosas. Lo hacen, además, de una manera amena y divertida, y eso engancha. La gente se ríe mientras aprende, sin dejar de tomar notas. Notas que poco a poco deberán ser aplicadas para lograr hablar en público sin titubear, sin esconderse tras un atril o sin fijar la mirada en las musarañas, sino en los ojos de los oyentes.

No son sino ejemplos de las actitudes más comunes cuando una persona se enfrenta al público, aunque en realidad cada persona se enfrenta a sus propios miedos e inseguridades, más que a las personas que tiene delante.

Se llama miedo escénico. Esta sensación tan desagradable es muy común, pero la buena noticias es que tiene solución. Para superarlo los expertos aconsejan, entre otros aspectos, conocer al público, es decir, hacerse una idea lo más completa posible del interlocutor. Esto ayudará a aflojar los nervios. También es importante marcarse con nitidez los objetivos o vestir acorde con lo que esperan de nosotros. Y ante la duda, vestir de manera discreta. «Sentido común y dosis de prudencia», apunta Pérez.

Bloquearse es otro de los temores. «Buscar la frase perfecta solo nos lo pondrá más difícil -advierte Pérez-. Es más, no nos bloqueamos por tener pocas ideas, sino por tener demasiadas que quieren salir a la vez».

Para Lafuente una de las claves está en el dominio de las palabras, porque quien lo consigue «aventaja a los demás». La situación es la siguiente: dos chicas optan al mismo puesto de trabajo. Una de ellas está mucho mejor formada que la otra, pero flojea a la hora de expresarse. La segunda, en cambio, no tiene un currículum tan brillante, pero habla con fluidez, con gracia. «¿A quién elegirían ustedes?», interpeló. «A la segunda». La respuesta fue unánime.

Poniendo sobre la mesa de nuevo el ejemplo de la entrevista de trabajo, Pérez, director del proyecto Habla y Escucha, quiso indagar entre el alumnado sobre cuál creen que es el mensaje que se ha transmitido al concluir la entrevista con la que podemos optar a un puesto de trabajo. «¿Es lo que preparaste? ¿Es lo que llegaste a decir? ¿Es lo que pudo recoger el auditorio?». Ni A, ni B, ni C. Tan sencillo y complejo como que el mensaje «eres tú, tu imagen y el contenido».

Según los datos aportados por Pérez, nuestras comunicaciones públicas se basan en un 7% en el contenido exacto de las palabras, un 38% en la forma en la que emitimos las palabras -el volumen, el tono, la velocidad...-, y un 55% en los gestos que las acompañan.

Para demostrar que así es, los dos expertos implicaron con sencillos pero clarificadores ejercicios a las personas que participan en este curso de verano sobre la oratoria eficaz.

Tras poner en pie a toda la clase, quedó claro que no es lo mismo exclamar «¡qué contenta estoy!» con la cabeza gacha que mirando al techo. «Eres más de lo que dices y, por lo tanto, la actitud te condicionará, al igual que condicionará al público».

También queda en evidencia que incluso la manera en que se mueven las cejas altera el producto. El receptor al menos así lo percibe. «¿Pero qué esperas tú de mi?». Pronunciarlo con las cejas arqueadas, con el ceño fruncido o moviendo una sola cambian afectan el tono o el volumen de la frase.

Saber lo que se dice

Los dos ponentes no escatimaron en consejos y recursos, si bien la regla de oro es que cada persona ha de mostrarse lo manera más natural posible -por difícil que sea- y no pensar en las expectativas que el público haya podido depositar en el orador.

Al margen de esto, hay dos conceptos que se deben respetar: el marco de conocimiento y el marco de pertinencia. «Es decir, hablar de lo que conozco hasta lo que conozco y hablar de lo que corresponde y hasta donde resulte necesario», indicó Lafuente. A su juicio en muchas ocasiones «sobran las palabras».

«Todos en pie -pide enérgicamente-. Para concluir, vamos a poner en práctica el triángulo del poder». «¿Qué estamos aprendiendo?», pregunta. «¡Comunicar!», responden. «¿Quién tiene la culpa de la ignorancia de las personas? ¡El sistema!», exclaman. «¿Cómo lo soluciono? ¡Yo me lo curro, yo lo consigo!». Lo dicho, la clave está en una misma.

Oihane LARRETXEA

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