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Víctor Abarzuza Fontellas Familiar de uno de los condenados

Tribunal popular a los cinco de Estafeta

Qué más violencia que ser tratado como un número rojo en una cuenta de dividendos blindados para el beneficio de cuatro aprovechados? ¿Qué más violencia que te supriman una renta de subsistencia mientras los dietistas del Gobierno de Nafarroa siguen siendo exculpados?

Cuando uno ha trabajado muchos años en fábricas y conoce algunos de los mecanismos de dominación, cree reconocer las copias, el corta y pega de esos mecanismos en otros lugares del poder, en sus relatos. Leída la sentencia oficial, muchas de las cosas que ahí se dicen suenan ya oídas, como quien escucha un cuento por segunda vez, que parece ya verdad, sin dejar de ser un cuento.

Esta es la sensación que me ha producido una sentencia donde se mira con lupa una parte mientras que para la otra, la policial, se deja a su invención todo lo que se quiera. Se hace una exhaustiva indagación de los supuestos hechos que acusarían a las cinco víctimas de esta sentencia, que además fueron despojados de parte de su defensa, pero ninguna exhaustividad a la hora de comprobar las declaraciones policiales. Típico e histórico encubrimiento de impunidad.

Arguye, por ejemplo, que es necesario expresar verbalmente al que trabaja en día de huelga o al empresario que estamos en huelga: uno de los condicionamientos del piquete informativo adocenado que quieren normalizar. ¿No es suficiente expresión que decenas de personas protesten ante un local? ¿Son las palabras explícitas más expresivas que el cabreo de gente que, como alguno de los acusados, se encuentra en paro, reclamando justicia? ¿Hay cosas que se pueden manifestar de forma tácita, como dice después en referencia a la supuesta coordinación tácita de coacciones, y cosas que no, como estar en una huelga más que anunciada y sabida? ¿Cambiaría algo que el bar estuviera abierto y que los trabajadores hubieran querido hacer huelga pero se encontraran en situación de permanente amenaza de despido?

A los que reclamamos a los otros solidaridad por cuestión de dignidad y conciencia de clase no nos queda ninguna duda. Hay que enfrentarse sin miedo y contundentemente a los empresarios y, también, a los trabajadores timoratos, indiferentes y esquiroles, porque muchos de ellos solo despiertan cuando han recibido un buen sopapo con un ERE, un despido o se encuentran con que sus familiares contratados en precario ha sido puestos en la calle por medio de alguna excusa poco creíble o, más aún, recibiendo un documento de desahucio. Y hay un motivo legítimo que lo ampara frente a las leyes injustas: la justicia social, la insumisión civil frente al egoísmo interesado de los grandes y medianos capitales protegidos por una judicatura reaccionaria.

Cualquier obrero, salvo el esquirol domesticado, conoce lo que ocurre en los centros de trabajo con la constante persecución y coacción laboral. Cualquiera de ellos forma parte ya de la justicia popular que ha absuelto a los cinco de Estafeta y condenado a la jueza, a los empresarios, a los poderosos y a todos los sinvergüenzas que nos estafan día a día delante de nuestras narices mientras se juzga la conciencia social y la solidaridad obrera con relatos policiales. La verdad oficial dista mucho de parecerse a la verdad popular.

¿No son medidas de fuerza, violencia e intimidación la coerción habitual de gerentes y directivos a eventuales y no eventuales en nuestras fábricas? ¿No es coacción la tóxica práctica de la amenaza de despido o sus comentarios inquietantes sobre lo abierta que está la puerta de la calle? ¿Hay alguna sentencia que condene a empresarios a la cárcel por coaccionar a los trabajadores con motivo de una huelga? Al parecer, ni una.

Solo se puede calificar de ironía burguesa que se declare como bien protegido «el sentimiento de libertad, sosiego y tranquilidad de la persona para el normal desarrollo de la vida», en el caso de los trabajadores del bar, que debe de estar por encima del desarrollo social de cientos de parados sin justicia. ¿Qué más violencia sobre las personas que ser tratadas como un número rojo en una cuenta de dividendos blindados para el beneficio de cuatro aprovechados hijos de papá? ¿Qué más violencia que te supriman una renta de subsistencia mientras los dietistas del Gobierno de Nafarroa siguen siendo exculpados por la justicia oficial? A todo esto, llama poderosamente la atención la insistencia de la jueza en transmitir que los trabajadores del bar eran favorables a no hacer huelga. ¿Testificaron? No. A nadie que haya trabajado unos años en hostelería, como el que esto suscribe, se le escapa que la precariedad laboral que sufren los trabajadores del sector no da para tanto. Para el artificio de una firma forzada, a lo sumo. La jueza no inventa, sigue las directrices de un empresario. La servidumbre y la indiferencia son amparadas por el poder, así es precisamente como se fraguó el nazismo. Un solo pulso, siempre el mismo mensaje: someteos. Lo que está grabado frente a los crematorios de la justicia nazi en Auschwitz: «el trabajo hace libre». Bonita sentencia para el libertinaje deambulatorio empresarial, para dar cobertura a esa forma de delincuencia organizada que se llama capitalismo.

Si la Policía se sorprendió de que España no se comportara como Grecia con el movimiento 15-M e incluso el nacionalismo independentista abriera una vía clara de paz, está claro que los defensores de un status quo siguen echando leña para que la sociedad más harta estalle y continúen los métodos tercermundistas del ZEN para las luchas sociales y laborales. Rajoy habla de más reforma laboral, y sus acólitos del desarrollo de la ley de huelga. Cada uno ha hecho ya su labor porque, claro está, hay que pagar los caros viajecitos de la judicatura y las motos y los relojes de lujo de los cipayos forales. Esta es una sentencia que ahonda en el sentimiento de rencor de aquellos que tenemos sentimientos obreros en un momento de concienciación y cabreo social importante. Pretenden castigarnos y pararnos los pies. Pero entonces, señores y señoras pijos, andaríamos sin pies aunque no nos lo cubriera su (in)Seguridad Social. Nadie se siente castigado, han halagado ustedes la dignidad de las luchas y abierto los ojos siquiera a tan solo uno más. Más que indignados, más que hartos.

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