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Mati Iturralde Médico

Sin medida

Ahora que lo imagino sufriendo con el consuelo imposible de sus kides, pienso en la responsabilidad que tenemos todos los que compartimos su sueño de no dejarnos vencer

Hace unos días leía en este periódico un articulo de Iker Casanova sobre la necesidad de medir las respuestas a las agresiones del Estado y no entrar en su estrategia: «que busca una respuesta irreflexiva por parte de la izquierda abertzale que permita activar una ilegalización que frene el auge independentista... No se trata de rehuir siempre el enfrentamiento, pero hay que estudiar con detenimiento cada caso para responder de la forma más adecuada».

Pues bien, al margen del análisis de fondo que sin duda ha podido despertar en muchos de los y las militantes de la izquierda abertzale este planteamiento, hoy voy a permitirme por medio de este mismo periódico responder de manera reflexiva pero nada medida a un Estado que ha permitido y permite que ciudadanos como Pablo Gorostiaga y tantos otros se vean privados de todos sus derechos civiles y políticos, sociales e individuales.

El Estado español está llevando adelante todo un diseño de asfixia y aniquilación contra el proyecto histórico de la izquierda abertzale y uno de los elementos fundamentales de ese diseño es la política penitenciaria. La utilización de personajes tan chuscos como Urquijo en este diseño no es más que una anécdota cañí tan al gusto de la extrema derecha española que gobierna en este momento el Estado, pero mucho más allá de los pregones festivos y de la retirada de pancartas o muestras de solidaridad popular, está la voluntad del Estado de convertir el conflicto político que vivimos en este pueblo no solo en un conflicto intratable, sino en una caricatura donde ya no podamos reconocernos porque nos han hecho invisibles

Reconozco que estoy llena de rabia porque tengo la sensación de que estamos permitiendo que personas como Pablo no puedan ni siquiera despedirse de su amiga y compañera, porque sé que dentro de un par de días, de nuevo cientos de ciudadanos de este país volverán a coger el coche, el avión o la furgoneta para recorrer miles de kilómetros para visitar a sus seres queridos, porque sé lo que es compartir el dolor de la pérdida a través del cristal sucio de un locutorio.

Por eso no quiero medir la respuesta, ni quiero asumir más dolor, ni causado ni causante, porque necesito creer que una sociedad como la nuestra, por muy oscuro que haya sido el pasado y esté siendo el presente, no puede estar anestesiada hacia el futuro y que mis hijos o mis nietos acaben por no entender que significó la entrega, el compromiso y la alegría de haber luchado por este pueblo.

Estoy absolutamente orgullosa de ser la «doctorcita» de Pablo y de haberle conocido y así entender cómo se puede ser un militante excepcional siendo humilde y leal al lado del resto. Y ahora que lo imagino sufriendo en su chabolo de Herrera con el consuelo imposible de sus kides, pienso en la responsabilidad que tenemos todos los que compartimos su sueño de no dejarnos vencer, de seguir levantando la voz, aunque sea incómoda y disonante.

A estas alturas de la historia de este país, ni pido ni exijo perdones ni condenas.

Solo libertad para todos y todas.

Un abrazo Pablo... mañana sol.

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