antxon lafont mendizabal | peatón y empresario
Cuando la Historia se pone a parir historias
No creo que exista una sola razón que nos impida reflexionar sobre la actitud que tendremos que adoptar cuando, emancipados, nos tengamos que encarar con acontecimientos de política internacional.
Nos cuentan los acontecimientos de Egipto y de Siria como conviene a los medios que nos informan bajo control occidental.
Creemos haber comprendido que en Egipto, después de unas elecciones que nadie deslegitimó, los resultados fueron anulados por los perdedores, que recurrieron a la fuerza militar para restablecer «el orden». Como con todo Ejército golpista, la barbarie ocupó las calles matando a mansalva. El concierto internacional una vez más protestó con la boquita pequeña y gesticulando teatralmente después de días de silencio y esperando la reacción del general, EEUU, y la del coronel, Rusia.
Las declaraciones de los golpistas suenan a «déjà entendu», acusando de «terroristas» al Gobierno legalmente electo. Ya tuvimos la ocasión de recordar la utilización por la Sociedad Política del fenómeno denominado «redundancia reflexiva» o «retroalimentación». Uno de nuestros partidos es un especialista en la aplicación repetida de este procedimiento. Añadamos la acusación a los legítimos electos derrocados de recibir apoyos exteriores, en particular de iglesias, comunistas y masones, y repetimos las historias que suenan a algo pasado y presente. En cuanto el ejército se impone en las gobernanzas de un país, el resultado de su misión autoatribuida es el mismo y corresponde a su nivel y a su concepto de la convivencia: la barbarie. En las horas que siguen al putsch y después de acciones realmente aterradoras dirigidas contra unos poderes legales y legítimos a los que se declara terroristas, se ensalza al ilegítimo y pocos días después se inventan leyes que votadas por diputados designados a dedo dan fuerza legal a la condena de la legitimidad.
Si la resultante es una oposición legítima violenta, se creará por conveniencia la confusión entre lucha armada y terrorismo. De eso sabemos un rato.
Las Naciones Unidas, por medio de su Alto Comisionado para los Derechos Humanos, ha pedido a España la derogación de la Ley de Amnistía de 1977 porque incumple la normativa internacional en materia de Derechos Humanos. «España está obligada, bajo la ley internacional, a investigar las graves violaciones de los Derechos Humanos, incluidas las cometidas durante el régimen de Franco...». Mientras tanto, electos del partido de Gobierno justifican las ejecuciones del franquismo sin problema ninguno.
Calles y plazas de la piel de toro dedicadas a golpistas, monumentos «a los caídos», museos, como el del Ejército, de exaltación al «héroe Franco», las actuales justificaciones impunes del sangriento golpe de estado franquista constituyen verdaderas pruebas de apología del terrorismo a menos que las barbaridades del franquismo y de sus sucesores en activo no sean consideradas como acciones terroristas.
Es profundamente injusto llamar Guerra Civil a un conflicto provocado en 1936 por una parte de la sociedad apoyada por el Ejército y por su brazo espiritual, la Iglesia de Roma. Fue un clarísimo golpe de estado dado por aquellos que se apresuraron de denominarlo guerra, justificando así crueldades cometidas por los putschistas que rápidamente calificaron a los legitimistas de rebeldes y terroristas. Egipto 2013 no es ni más ni menos que aquello.
Reprochamos a los políticos electos los efectos de algunas de sus atrocidades, cuando la responsabilidad es en gran parte la de los electores que han votado por ellos.
Un hecho oculta hechos adyacentes que a su vez son soterrados por una sociedad internacional confiada en el poder de olvido de seres consumidores de pan y circo. Libia ocultó Irak. Siria oculta Egipto. A España neutrón libre, cultural y militar, sin carga e inestable en estado libre, generando a mansalva neutrinos sin carga ni masa, nadie le molesta pasando como pasa desapercibido vestido de abrigos de color pared en busca del bosón que le dé vida e intentando hacerse notar con alharacas como Gibraltar que tan oportunamente surgen de manera a disimular un país de barcenadas cuya competencia en informática descubrimos. España, donde asociaciones fascistas se expresan impunemente, participa en el conflicto de Egipto vendiendo a los putschistas, pese al embargo, aviones militares.
¿Y esa Unión Europea dividida en 27 estados? El siglo XIX parecía ofrecer la posibilidad de construir Europa. Un distinguido historiador que dispensa un curso integrado en el Ciclo de Historia y Cultura de los Cursos de Verano de la UPV-EHU asegura que Napoléon, a partir de 1799, construyó grandes ejércitos para alcanzar ambiciones territoriales cuyas consecuencias llevaron a una desestructuración de gran parte de Europa. Discrepo respetuosamente de esa opinión. En 1799 Napoleón era todavía Bonaparte, y en 1804 se proclamó emperador. Esta rectificación tiene su importancia histórica. En cuanto a la desestructuración de Europa, convendría añadir que así surgieron los nacionalismos causantes de la nueva estructuración monárquica en Europa. Fue el caso por lo menos de la unificación de Alemania y de la unificación de Italia, así como los lazos de parentesco entre familias reinantes en Europa descendientes de la británica Reina Victoria y de su primo alemán el príncipe Alberto. La sangre victoriana fue el denominador común que valió a la Reina Victoria el apodo de «abuela de Europa».
Ahora es cuando Europa está paradójicamente desestructurada. Cuando en 1992 se oficializó la apelación Unión Europea (UE) por el Tratado de Maastricht, se podía presentir la impotencia del sistema. De los 27 miembros actuales, sólo 17 adoptan el euro. Gran Bretaña, representante y morroi de EEUU, se excluye voluntariamente de las decisiones importantes tomadas por la UE que no convengan a su «patrón», pero obtiene que en 2009 el único nombramiento político, el de Alto Representante en Asuntos Extranjeros, recaiga en una británica. Esa es la Europa que en 1973 integró al Reino Unido. Un alto funcionario de la Embajada de Gran Bretaña en París me expresó personalmente, entonces, su satisfacción de ver «la integración de la CEE (Comunidad Económica Europea en esa época) en la Commonwealth».
¿En qué Europa estaremos? ¿De qué recursos dispondremos para hacernos respetar? ¿Tendremos un ejército o la ausencia de fuerza armada, como a Costa Rica, nos hará apreciar las relaciones internacionales con otro espíritu del que tendríamos que adoptar si nos refugiáramos en la OTAN de los EEUU? Utopías, cierto, pero la soberanía no debe limitarse a tener un equipo de fútbol propio con nuestra enseña.
Una vida sin utopías realizables gracias a nuestro esfuerzo y a nuestra pugna ¿es loable? Sin utopías un país nunca será soberano. La política decente y vocacional no es el arte de lo posible, es más bien el arte de hacer posible lo que no parece serlo. Debemos notoriamente declarar nuestro objetivo tanto a la sociedad política como a la sociedad civil. Progresaremos paso a paso, pero ¿estamos preparados para aceptar el esfuerzo? Si la independencia y su gestión son responsabilidad de la sociedad política, la soberanía es responsabilidad de la sociedad civil. Salvo rarísimas excepciones, nunca la sociedad política ha permitido la independencia de un territorio de su geografía política sin conflicto. Los viejos estados ya inertes miden su poder en kilómetros cuadrados. Solo la sociedad civil mayoritariamente convencida puede forzar la soberanía deseada.
La Historia no regala nada, solo acepta compromisos más o menos remedados. Napoleón afirmaba que «La Historia es una serie de mentiras sobre las que se está de acuerdo». Pensamos en la ONU, ese chirimbolo, como decía De Gaulle, organismo hoy ridiculizado, entre otros por Israel, que declara abiertamente que nunca respetará las resoluciones de la ONU que le obligan a volver a las fronteras anteriores al conflicto de 1967 con Palestina.
La Unión Europea, la gran casquivana de Occidente, se escaquea a la mínima, pero no cesa de proclamar su identidad de diseño sin riesgo de eritrofobia.
La acción exterior de nuestra soberanía no tendrá que limitarse a visitas de nuestros responsables políticos a las euskal etxeak del planeta.