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Movimientos veraniegos en la política interna rusa

Con las elecciones municipales de hoy como telón de fondo, el autor realiza una radiografía de la deriva populista y xenófoba de gran parte de la clase política rusa, que se traduce en la adopción de leyes contra la homosexualidad y la persecución a los inmigrantes sin papeles. En Rusia asistimos al auge de un nuevo poder fáctico, que quiere recuperar su poder y el peso que tuvo en el pasado, aquél que le permitió colaborar con los dirigentes zaristas y mantener a la mayor parte de la población en las más cruda de las miserias.

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Txente REKONDO Analista internacional

La sociedad rusa ha cambiado en las últimas décadas. Nos encontramos ante lo que los expertos llaman una «sociedad de tres velocidades». Una minoría que alardea del lujo; un sector en auge, ambicioso pero minoritario, que representa la clase media; y una mayoría que busca sobrevivir.

Vladimir Putin sigue teniendo un peso central y cuenta con el apoyo de la mayor parte de la población. Según una encuesta publicada por «Pew» durante las protestas de la oposición del año pasado, el 56% de los rusos se mostró satisfecho con la elección de Putin; el 72% respaldó su política; el 57% sostuvo que un líder fuerte es más importante que la democracia; y el 75% opinó que una economía fuerte es más importante que la democracia, frente a un 19% que defendió lo contrario.

Hoy se celebra la primera vuelta de las elecciones municipales. La atención mediática estará centrada en la batalla por la Alcaldía de Moscú, con el actual alcalde Sergei Sobyanin y el opositor Aleksei Navalny como principales candidatos.

Los datos apuntan a que los candidatos de Rusia Unida ganarán en la mayoría de los municipios. La maquinaria electoral del partido parece que ha logrado retener los apoyos de buena parte de los seguidores del actual presidente. Además, en ocasiones cuenta con la inestimable colaboración de determinados juzgados, muy prestos a descalificar oponentes bajo cualquier argucia burocrática o formal (como ha ocurrido en Yaroslavl o Zabaikalye).

Aunque la nueva legislación ha simplificado el proceso para registrar partidos políticos permitiendo la presencia en estos comicios de 20 partidos, se da la circunstancia, casual o no, de que muchas de esas nuevas formaciones pueden restar votos a la oposición y no a la gubernamental Rusia Unida.

Tal vez la sorpresa provenga de Yevgeny Roizman, que, con un discurso populista que promueve métodos para encarcelar a los drogadictos, está cosechando amplios apoyos en Yekaterinburgo. Los ataques contra los inmigrantes y el auge de la xenofobia han marcado en cierta forma esta campaña electoral.

Actitudes minoritarias y de la extrema derecha han ido ampliando su esfera de influencia en los últimos meses. Una propaganda populista, dirigida a las clases medias, una suma de factores sociales y sicológicos, y diferentes motivaciones políticas junto a la existencia de estereotipos han propiciado que «la desarmonía étnica» avance peligrosamente en Rusia.

En 2006, hubo enfrentamientos entre chechenos y eslavos en una pequeña ciudad de Karelia; en julio de este año se registraron al menos tres incidentes con víctimas mortales en las regiones de Tatarstan, Saratov y Yekaterinburgo.

En las últimas semanas, hemos asistido a masivas detenciones de vietnamitas en Moscú, a enfrentamientos entre daguestanís y la Policía en el mercado moscovita de Matveyev, a manifestaciones para expulsar a ciudadanos procedentes del Cáucaso en la región de Rostov, y a enfrentamientos menores entre caucásicos y rusos en otros lugares de Rusia.

Los candidatos en Moscú, de una u otra manera, han expresado opiniones cercanas a la xenofobia. Desde el «orden y confort» del candidato del LDPR, hasta el «poder de Moscú bajo el control de los moscovitas» del liberal Yabloko, pasando por el «ni chinos, ni tayikos, ni uzbekos» de Sobyanin o las críticas de Navalny al actual alcalde por «emplear uzbekos». Es tal el clima creado por esa clase política que sectores de la extrema derecha se «quejan» de que «les están robando sus ideas».

La publicación de informes manipulados (el propio Navalny ha declarado que la mitad de los delitos son cometidos por inmigrantes, pero sin precisar la naturaleza de los mismos) y actitudes populistas han resurgido determinados estereotipos. Si a principios de año, los moscovitas situaban los atascos de tráfico, el alto coste de los productos de primera necesidad y el aumento de los precios de la vivienda entre sus máximas preocupaciones, ahora su «principal problema» son los inmigrantes.

El temor al declive demográfico, la despoblación de ciudades mono-industriales y el boom de la construcción han contribuido a la actual situación. Los empresarios buscan mano de obra a cambio de salarios bajos, sin contratos formales, sin presencia de sindicatos y con mucha flexibilidad, por lo que prefieren a inmigrantes en situación de desprotección. Estas actitudes se han extendido a la vivienda. Con unos precios cada vez más altos, el acceso a la misma se ha convertido en un problema para muchos, sobre todo para las clases más desfavorecidas. Se ha dado incluso el caso de una inmobiliaria que oferta sus servicios solo a «personas de apariencia eslava».

La jerarquización entre inmigrantes, los insultos y las intimidaciones pueden acabar dando paso a una situación mucho más violenta y peligrosa, si no se atajan estas políticas y declaraciones xenófobas.

En el marco de esta deriva populista, en julio se prohibió adoptar a las parejas del mismo sexo. Una posterior normativa, autorizó, empleando un lenguaje vago, la detención de toda aquella persona que promueva «las relaciones sexuales no tradicionales», y fijó multas considerables por realizar marchas homosexuales o dar información a menores sobre lesbianas, gays, bisexuales o transgénero.

Los colectivos LGBT están padeciendo un notable incremento de los ataques en su contra por parte de organizaciones de extrema derecha y de grupos de «vigilantes» creados o amparados por la Iglesia Ortodoxa.

En 2008, un destacado portavoz de la Iglesia Ortodoxa defendió la creación de estos grupos en aras a «imponer el orden cívico en ciudades y pueblos». Aseguró ya entonces que muchas comunidades religiosas y parroquias tenían «grupos patriótico-militares entrenados para defender» tales valores.

Pero se da la paradoja de que mientras, según encuestas oficiales, un 54% de la sociedad cree que la homosexualidad debe ser prohibida y criminalizada, el índice de abortos y divorcios en Rusia es uno de los más elevados del mundo y el país cuenta con leyes muy progresistas en ese sentido. Asimismo, las relaciones prematrimoniales y las madres solteras son bastante comunes. Solo un 14% cree que una sola persona no puede criar adecuadamente a un hijo.

Como concluye un analista, «el conservadurismo social ruso es muy complejo».

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