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crónica | incendios en portugal

Héroes voluntarios que deben comprarse hasta el casco

Los bomberos voluntarios superan en número al cuerpo profesional en Portugal y se han convertido este verano en los héroes de la lucha contra el fuego, pese a la falta de recursos que les obliga a comprarse hasta su propio casco.

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Susana IRLES | Efe

La mayoría se pagan su propio material, cumplen horarios y órdenes bajo un comando profesional, deben abandonar su trabajo en caso de emergencia y, cuando llega el calor, se convierten en «guerrilleros» contra el fuego. «Los llamo guerrilleros antes que guerreros porque el enemigo es tan grande que solo podemos combatirlo como una guerrilla», dice Rui Silva, presidente de la Asociación de Bomberos Voluntarios de Portugal.

Este año sufrieron, además, las consecuencias más trágicas de una violenta oleada de incendios en el país: murieron ocho bomberos, siete de ellos voluntarios y seis jóvenes con edades comprendidas entre los 19 y los 25 años. Este número de bajas es el segundo mayor de la década, solo superado por los doce que perecieron en 2005, uno de los años más catastróficos de la última década, con 300.000 hectáreas calcinadas, lejos de las 94.000 hectáreas quemadas hasta este agosto.

Para Silva, este verano marcó «un punto de cambio, una vuelta de página» en la opinión pública sobre la política de la lucha contra los incendios en Portugal. En ese debate, los bomberos voluntarios se han ganado el honor de ser un «ejército de héroes» del país con pocos recursos: dependen de donativos, tienen carencias de material y repiten turnos de servicio hasta la extenuación en las épocas más difíciles.

En sus comienzos, eran cuadrillas de vecinos que se organizaban en algunos municipios para aplacar el descontrol de las llamas, sobre todo en el norte del país, la zona más azotada por el fuego.

«Era una cuestión de necesidad. Tuvieron que actuar como una organización de la sociedad civil donde el Estado no llegaba. Ahora estamos sobrecargados de servicios», explica Silva.

Con el tiempo, sus funciones fueron ampliándose y pasaron a responsabilizarse del transporte de enfermos crónicos, el servicio de emergencia de ambulancias y el salvamento de náufragos.

A la vez, el número de sus miembros creció y alcanza los 35.000 voluntarios, más que la Liga Profesional de Bomberos, con unos 27.000 trabajadores.

Las corporaciones se organizan a nivel local, en torno a los ayuntamientos, muchos de ellos esparcidos en lugares del interior del país y zonas montañosas a donde los bomberos profesionales no llegan.

Algunas de estas asociaciones de voluntarios cuentan con más de 200 años de historia y en ellas ser miembro del cuerpo se ha convertido tanto en una tradición como en un motivo de orgullo entre los portugueses.

En los últimos años el número de jóvenes inscritos es cada vez mayor, según Silva, y durante las vacaciones de verano son la «parte más visible»".

«Es verdad que los jóvenes entran por la fascinación que produce la profesión», reconoce Silva, que a sus 50 años lleva 27 de voluntario. Las tempranas edades de los fallecidos, de 19 a 25 años, han agitado también el debate de la capacidad y el grado de formación de estos voluntarios, pero el bombero niega problemas en ese sentido.

«Si puede haber jóvenes en el Ejército en Afganistán, ¿por qué no pueden estar aquí apagando fuegos?», subraya.

Las críticas tanto de Silva como de autoridades municipales y el Cuerpo Nacional de Bomberos se centran en las políticas de prevención del Gobierno.

El fuego ha sido un enemigo habitual de Portugal, el país europeo más castigado por los incendios forestales por delante del Estado español en la última década. Pero las embestidas de las llamas no se deben solo a las particularidades meteorológicas adversas, ya que la mayoría de incendios se concentra en el norte y no en el sur, mucho más seco y caluroso. El abandono de los bosques, que otrora fueron una fuente de ingresos de la agricultura, ha dejado en manos de nadie las fragmentadas fincas del norte del país.

La mayoría son tierras cuyos propietarios no están registrados y no se hacen responsables de la limpieza de los rastrojos en invierno.

Para Silva, se requieren «más puestos de vigilancia en puntos estratégicos y más limpieza. Solo nos falta eso».

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