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Antonio Alvarez-Solís Periodista

La ópera de tres centavos

En una analogía entre el libreto «La ópera de tres centavos» de Bertold Brecht y el conflicto de Siria, el veterano periodista analiza -antes de conocerse el acuerdo entre Rusia y EEUU sobre las armas químicas- a los «burlescos héroes de atrezzo» y a los «simples figurantes» como las voces del PP que apostaron por hacer una «alianza» con Obama. Critica que Rajoy se mostrara dispuesto a meterse en el «avispero sirio» sin consultar al Parlamento. Hay que debatir, concluye, aunque los votos se manejen como «un martillo pilón» contra la ciudadanía.

Cuando Bertold Brecht escribió el libreto de «La ópera de tres centavos» y la situó en la Inglaterra victoriana no sabía que el argumento tendría en la España del siglo XXI su paisaje humano y moral perfecto. Sí; aquí se dan los más torpes móviles en los protagonistas de la corrupción, el más amplio bandidaje en escena, los diálogos más irrisorios, los objetivos más esperpénticos. Y en el culmen de esa cucaña de basura exquisitamente diseñada por el talento de Brecht, está encaramado el gran badulaque Mac el Navaja que acaba, cómo no, pese a sus incívicos afanes, en un respetable caballero a quien la reina regala un título aristocrático, un castillo y una magnífica pensión vitalicia. El final está por ver, pero el personaje está ya visto.

En torno al artificioso conflicto de Siria surgen, se reproducen y mueven no sólo los burlescos y trágicos héroes de atrezzo sino los simples figurantes que van de cruzada con la bolsa presta. Todos con su crimen en la faltriquera y su atrabiliario lenguaje. De este último las muestras se multiplican en una riada asoladora. En mi larguísima vida nunca había escuchado la deleznable torrentera verbal que empapa cada hora de los cruzados del Caballero Negro. ¡Qué admiración produce el secretario de Estado norteamericano cuando dice «que el ataque a Siria será increíblemente pequeño»! Un ataquín, una miniatura china ¿También las víctimas serán increíblemente pequeñas? Sr. Kerry ¿de dónde ha sacado esa criminal necedad? ¿Quién le ha sugerido esa terrible frase que alberga una irónica delincuencia? Sr. Obama, usted ya es la cabeza de los personajes que seguían a Mac el Navaja. Triste desenlace de un gran proyecto de paz.

Y qué pasa aquí? Hace sólo pocos días una voz del Partido Popular español decía -claro es, recatando su personalidad- que la cuestión siria deja poca elección posible ya que hay que decantarse entre la alianza con el presidente Obama y la alianza con el presidente Assad. El periodista que recogió esta información empleó el término «alianza», que puede tener un significado deplorable. Es decir, que el problema sirio no reclama una exigente postura moral o un gran debate ideológico sino que ha de abordarse como un mecanismo de adhesión a quien encabeza la falseada contienda. A tanto la pieza, el precio de esa adhesión decide el partido a tomar. Es más, de la embozada fuente «popular» que antes cité manaba una sobredorada admiración, perfectamente retribuída, supongo, hacia el Sr. Rajoy, que hubo de cambiar esforzadamente tres veces de criterio hasta ofrecer finalmente al Sr. Obama la cabeza del Bautista. Pasó el exlider de la Olimpiada de negar la asistencia española a la locura americana a fundirse con ella y, lo que es más, a musitar cierta disposición a participar militarmente en tal aventura si preciso fuera. El Sr. Rajoy -al que todos los días persigue la cara sombra de Aznar- siempre acaba en brazos del Gran Hermano y otros sujetos por el estilo a condición de que en esta entrega sentimental algo quede para recomprar el poder que se le escapa. Ante esta tendencia del personaje a arbolar con toda urgencia su aparejo según sople el viento me pregunté de nuevo si este tipo de venta fácil del alma, tan repetido por Madrid, no será el que produce el visible e histórico menosprecio universal hacia España y lo que huela a español. Un olor de corrupción permanente.

Señalaba antes, únicamente apoyado en lo leído, que la calificación de alianza en la maniobra de entrega incondicional al Sr. Obama es otro exceso verbal del personaje que hizo tal comentario al periodista del diario de Madrid que lo reprodujo. Desde hace medio siglo España siempre ha sido aliada, y no simple concurrente, de Washington. Aliada de hoz y coz, aunque no haya petición alguna específica por parte de la Casa Blanca. Por tanto, más que aliada, se hace de España espolique. El Sr. Rajoy ha cambiado su postura abstencionista, ya de primera intención muy débil, tras el apretón de manos en el encuentro del G-20. Un apretón de manos y un simple «¿cómo está usted?» ha producido el prodigio de que el político pontevedrés vea el problema sirio por el envés y hoy proclame con orgullo su adhesión, siempre inquebrantable, al Sr. Obama. El llamado orgullo español tiene casi siempre un límite muy cercano a nada. No sorprende, pues, que ante esta histórica debilidad ética las promesas electorales al pie de las urnas sean siempre muy lábiles y las afirmaciones ideológicas de los partidos, sobre todo de la derecha venal y mortal, duren la vida de una mariposa. Lo que desde Madrid nos venden como habilidad política suele brotar del tiesto quebradizo de una cortesía ocasional o de una barata y atropellada concesión sin mayor resultado que recoser los agotados fondillos del gobernante de turno.

Palabras al aire trajinante. Palabras sin más valor que ser palabras. Palabras que baten el vacío como los tambores de Calanda. Veamos, si no, esa frase del presidente de la cámara de diputados, Sr. Posada, motivada por la reiterada e inútil queja que algunos partidos formulan ante la negativa gubernamental a debatir en sede parlamentaria las graves cuestiones que nos cercan. La corrupción, la guerra siria... Oigamos al Sr. Posada: «Decir que se está secuestrando al Parlamento es una exageración». Exageración; dice exageración. Veamos lo que contiene el término según la Real de la Lengua: «Exageración.- Lo que traspasa los límites de lo justo» ¿Pero hasta dónde alcanza ese traspasar?¿Niega todo? ¿Niega en parte? Aclara María Moliner: «Exagerar.- Presentar una cosa como más grande o de más importancia de lo que es en realidad». O sea, que la cosa es. No tan tremenda es la cosa, pero es.

Ahora mismo sorprende que el Sr. Rajoy se haya vuelto atrás respecto al compromiso de no meter a España en el avispero sirio sin consultar antes al Parlamento español, lo que está haciendo precisamente el mismísimo Sr. Obama con sus dos cámaras. Ya sabemos que el presidente Obama habla tras un posible tratamiento con eufrasia o hierba que afina previamente la capacidad del ojo, pero consulta aunque no sea más que por poner una vela a la democracia muerta ¿Y aquí, qué?

El hecho de tener mayoría absoluta en la cámara no justifica la renuencia al debate. Hay que debatir porque aunque los votos se manejen como un martillo pilón la ciudadanía quiere saber y aún cercar al gobierno si preciso fuera. El debate es necesario para iluminar el problema con la verdadera voluntad popular, que no es aquella que actuó hace tiempo sino la que quiere actuar aquí y ahora. La voluntad no es el eco de un grito sin sujeto ya. Yo no sé si estas cosas las sabe la Sra. Cospedal, auriga del césar, pero bueno sería que alguien pusiese sobre la mesa del presidente un tratado siquiera sucinto sobre la moral pública, porque los votos sin riego cotidiano son hojas muertas ¡Dios! ¿por qué razón los peatones, querido Antxon, tenemos que volver siempre, una y otra vez, sobre cosas tan simples? Espeso y municipal es el poder que pastorea el mundo.

Los ciudadanos, que sufren cotidianamente su abrogada función soberana, verían quizá de forma menos acre todas estas ridículas manifestaciones éticas si fueran más amplias y con ello probaran una verdadera voluntad de justicia. La propuesta de descabalgar de armas químicas a Siria -sin entrar en mayores debates sobre la autoría de su uso- sonaría de otra forma si los cruzados destruyeran sus diabólicos arsenales. Para ser justos hay que poner rodilla en tierra y mostrar las palmas de las manos.

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