RUGIDOS ROJIBLANCOS
Seguir al Athletic
Jon GARMENDIA «Txuriya»
Para mí nunca fue fácil seguir al Athletic. Haber nacido en Gipuzkoa siempre fue un hándicap a la hora de explicar el amor hacia ese equipo de fútbol que jugaba de rojo y blanco, y que los forofos del provincianismo lo anclaban a Bizkaia. Pero los sentimientos no se racionalizan, son irracionales, se siente y punto, no hay más. Y yo amaba al Athletic, de Bilbao, de Bizkaia, de Euskal Herria, en ese tercer punto me identificaba con él, porque si tenía que elegir, ante todo lo demás yo también me sentía de Euskal Herria.
Recuerdo a aquel niño aún en pantalones cortos, sentado en la acera mirando los escaparates en los que había televisiones, y si por casualidad echaban el partido del Athletic podía estar horas allí sentado, mirando, disfrutando, sintiendo. Me hice grande, y con ello aumentó el amor hacia el equipo, hacia todo lo que representaba, porque el Athletic es eso, algo más que un equipo de fútbol, una manera de sentir, una manera de vivir; y cuando lo ves jugar, y te unes a todas esas personas que sienten algo semejante a lo que tu sientes... eso es brutal, es lo más grande, y es ahí donde reside la magia del asunto.
Cierto es que los tiempos que corren no son los más adecuados para hacer apología de un deporte que mueve millones de euros, tampoco está de sobra repetir la mentada frase de que el fútbol es el opio del pueblo; ante los problemas: pan y circo. ¡Pero qué le vamos a hacer! Estamos llenos de pequeñas contradicciones, y cada cual ha de saber administrar su adicción, con responsabilidad y moderación.
También recuerdo que era una aventura ir a San Mamés, preciosa, pero una aventura con obstáculos a sortear. Lo primero era conseguir una entrada, ya que cuando se dice que son los socios los que mantienen vivo el club, los que nunca hemos podido tener el carnet para ser uno de ellos hemos sabido mantener al club vivo, en nuestro interior, porque no sólo de socios vive el Athletic. Una vez conseguida la entrada, había que ir a Bilbao: gasolina, peaje, aparcamiento, comida, bebida... gasto sobre gasto, y horas de vida, mucha vida; a veces iba después de salir del trabajo, y otras, teniendo que madrugar para ir a trabajar. Pero valía la pena, porque años después son esos lindos recuerdos los que prevalecen.
Y donde más difícil me resultó seguir al Athletic, fue en la cárcel; sí, como a muchos y a muchas en este país nuestro, también a mí me ha tocado pasar una buena temporada entre rejas por el hecho de luchar por una sociedad más justa y más libre. Y en la cárcel cada partido de un equipo vasco se vive como un pequeño combate en la guerra del orgullo, de ése sentimiento colectivo que nos hace diferentes a los demás, y a mí cada partido del Athletic me daba vida allí adentro.
Recuerdo los golpes en la pared cada vez que nos metían un gol, golpes que yo multiplicaba por infinito cada vez que era el Athletic el que lo metía. Hasta las horas de patio se hacían más cortas cuando sabía que a la noche jugaba mi equipo, y que tenía una pequeña televisión para verlo, para vivirlo. Desgraciadamente, son demasiados los que siguen viendo a su equipo desde la cárcel. Y yo quiero ver los partidos con ellos y ellas, desde el nuevo San Mamés, en directo, porque será la señal buena, la señal de que esa pesadilla ya acabó, y no la señal que tengo que piratear para poder seguir al Athletic hoy en día, ya que en la lejanía, en las trincheras del exilio nos reunimos unos cuantos para ver cada partido, y vivirlo como si estuviéramos ahí, con vosotros, disfrutando de nuestro Athletic. Geuria.