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CRíTICA: «La gran familia española»

Una mísera realidad disfrazada de victoria deportiva

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Mikel INSAUSTI

Tras una comedia tan fresca como «Primos», Daniel Sánchez Arévalo se atasca con «La gran familia española», su película más irregular y desequilibrada. El fallo está en que el cineasta madrileño domina el retrato de personajes en clave intimista y no tanto la coralidad. Pero aquí ha querido hacer un homenaje al sentir colectivo de euforia ante el gol de Iniesta que sirve de clímax a la narración, y por ahí se pierden los matices y el sentido de la compleja naturaleza humana que le venía sirviendo de inspiración, siempre en torno a las relaciones personales.

La producción ha contado con un presupuesto bastante holgado para la crisis interna que atraviesa el sector, lo que tal vez haya ido en detrimento del resultado final, pues «La gran familia española» luce una estética muy publicitaria. Las ideas que maneja son expuestas a modo de flashes o estampas sueltas de manera un tanto inconexa, como si fueran los anuncios que acompañan a la retransmisión deportiva que vertebra el relato y, en definitiva, lo interrumpe a cada rato.

Se supone que el motivo inspirador paterno para tener una descendencia numerosa, traducida finalmente en cinco hijos varones, es el musical «Siete novias para siete hermanos». Pero a la hora de la verdad nos están vendiendo otra cosa, porque la coreografía previa a la boda no tiene nada que ver con el clásico de Minelli. Tampoco entiendo que los hermanos de esta fábula futbolera vayan vestidos como Emilio Aragón, siendo la sobrinita la única que luce un atuendo de forofa para la ocasión. Tampoco es que vayan de boda, porque la celebración de las nupcias es un continuo interruptus, una simple excusa para que vayan saliendo a la luz los secretos familiares, o más bien la gran mentira familiar.

El desequilibrio de la película se debe en bastante medida a que la tipología masculina está mucho más presente que la femenina, que queda muy desdibujada por culpa de unas interpretaciones superficiales. Se impone el falso discurso de la generación ganadora sobre la que no pasaba de cuartos, que únicamente vale para el fútbol y no para la realidad social marcada por el paro y las nulas perspectivas de futuro.

 

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