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Víctor Moreno Escritor y profesor

Un premio europeo

Cuando el escritor Javier Marías renunció al Premio Nacional de Narrativa porque tampoco escritores como Benet, García Hortelano, Eduardo Mendoza o su padre lo habían recibido, a Víctor Moreno ese argumento le pareció basado «en el Edipo y en la amistad», pero sin relación alguna con la literatura. Meses después, el escritor madrileño recibía el Premio Formentor de las Letras de 2013 dotado con 50.000 euros, un premio cuyo cometido es «reconocer el conjunto de la obra narrativa de aquellos escritores cuya trayectoria prolonga la gran tradición literaria europea», lo que Moreno pone seriamente en cuestión, pues intentar valorar una obra con adjetivos como «europeo» no se corresponde con un juicio literario.

Hace bien poco, la sociedad literaria se vio sacudida por la noticia de que el escritor madrileño Javier Marías había renunciado al Premio Nacional de Narrativa, que otorga el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y que suponían al «agraviado» una pedregada metálica de 20.000 euros. Para justificar dicho rechazo, Marías invocó a santa coherencia, por la que afirmaba que ya que su papá Julián cuando filosofaba no recibió tal premio ni, tampoco, los escritores de su devoción, como Benet, García Hortelano y Eduardo Mendoza, él tampoco doblaría el espinazo del ridículo aceptando semejante laurel en su cabeza. Y menos aún sabiendo que quien le encasquetaría tal corona sería el impresentable ministro de Educación, José Ignacio Wert.

Como ya recordé en su día, se trata de una argumentación basada en el Edipo y en la amistad, pero nada que ver con la propia literatura. Lo coherente hubiera sido sostener que no aceptaba dicho premio, porque había otros escritores que lo merecían mucho más que él, no solo porque escriben mejor, sino porque se encuentran en situaciones pecuniarias lamentables.

Pero, mira tú por dónde, a los meses, exactamente el día 31 de agosto pasado, recibiría el Premio Formentor de las Letras de 2013, dotado con 50.000 euros. Un premio organizado e impulsado por los propietarios del hotel Formentor y las familias Barceló y Buades. Recordemos que este galardón fue creado por la editorial Seix Barral con algunas editoriales europeas en 1961, hasta que se interrumpió en 1967. Con motivo de su 50 aniversario, el premio cobró nuevo impulso en 2011, siendo Carlos Fuentes su ganador y en 2012 su amigo del bazo, Juan Goytisolo. Anteriormente, recayó en Beckket, Borges, García Hortelano, Semprún, Bellow y Gombrovicz.

Según la «filosofía» de quienes lo organizan, «se convoca para reconocer el conjunto de la obra narrativa de aquellos escritores cuya trayectoria prolonga la gran tradición literaria europea». Y, según el jurado, compuesto por europeístas consumados, la literatura de Marías exuda europeísmo hasta por los anacolutos que perpetra.

A diferencia del premio del Ministerio español, este de Formentor le ha hecho muy feliz a Marías. Primero, porque el premio en sí tiene su historia progre, un «elemento heroico», ya que luchó contra la dictadura franquista al defender unas conversaciones literarias protagonizadas por escritores, calificados de izquierdas sin más; entonces, lo de europeístas no se llevaba. Segundo, porque dicho premio lo recibió García Hortelano, a pesar de que en la entrega del premio no lo nombrase el escritor de Chamberí, pero sí a Beckket, Borges, Semprún, Bellow y Gombrowicz. Algunos escritores deben pensar, y así lo sugieren sutilmente, que por recibir el mismo premio que los más grandes de la literatura, uno, también, es otro grande. Pero Marías sabe muy bien que existen premios Nobel que son auténticos petardos.

Marías debería reflexionar en que el Formentor, el de la segunda etapa europeísta, también lo recibió Juan Goytisolo. Y aquí vendría el misterio sin resolver por parte del progre de Chamberí: ¿Cómo puede aceptar Marías un premio que en su día recibió Juan Goytisolo? ¿Cómo puede permitir que su literatura, de gran trayectoria europea se compare con la de Juan Goytisolo, que, además, de no parecerse en nada a la suya, su trayectoria ha terminado defendiendo a quienes no se integran en Europa ni a la de diez?

Diferencias a la mar, diría que lo que más alarmante seguiría siendo el adjetivo europeo con el que se califica la literatura de un autor y, para más inri, se utiliza como causa primera de la validez de un premio. Que los adjetivos sigan siendo la excusa para justificar un galardón literario demostraría la endeblez de su fallo.

Incordiemos una vez más. ¿Acaso existe Europa? ¿Acaso existe un talante literario europeo? ¿Y lo representa Marías? Joder, joder. Y nosotros aquí los muy várdulos sin enterarnos de la fiesta. Toda la vida leyendo al Marías y resulta que te estabas chutando en las venas unas dosis de europeísmo de armas tomar. Algunos, quizás, me tachen de antieuropeísta, pero errarían. Para serlo, primero, habría que demostrar que existe Europa, y, a continuación, una literatura europea, y, en tercer lugar, las características de dicha literatura, y, en cuarto, las características de la literatura europea que se encuentran en la literatura europeísta de Marías. Por si fuera poco, R. Argullol, a quien nadie acusará de antieuropeo, sostendrá que Europa, «si no es ya una pieza arqueológica, poco le falta, dados los perfiles de su desdibujamiento» («El País», 3-2-2013).

Desdibujada o no, lo cierto es que cuando se murió Javier Tomeo, el escritor Ismael Grasa le dedicó una necrológica en la que recordaba que, además de aragonés universal -faltaría más-, el escritor oscense había sido un escritor sobre todo europeo. ¿Como Marías? Probablemente, pero no por las mismas razones. Veamos.

Ismael Grasa lo decía de este modo: «Con Javier Tomeo muere un gran autor europeo. Europeo porque sus adaptaciones teatrales interesaron al público de los teatros franceses, suizos o alemanes, y porque fue traducido a la mayor parte de lenguas europeas. Autor europeo, también, porque es difícil de clasificar dentro de una tradición o unas referencias netamente españolas. Y europeo porque, como es sabido, Javier Tomeo no tomaba aviones, de modo que redujo su presencia física, a través de las redes ferroviarias, a nuestro continente» («Constructor de monstruos», «Heraldo de Aragón», 23-6-2013).

Se podrá o no estar de acuerdo con las ocurrencias esgrimidas por Grasa para calificar a Tomeo como escritor europeo. Al menos, expone unas razones. En el fallo a favor de Marías, no aparece ni una. Ni siquiera se aclara si viaja en tren, en avión, en góndola o en bicicleta.

Hablando en serio. Está claro, por eso lo repito, que cada quien aplica al término europeo lo que le sale directamente de la tiroides. Comprensible. No existe una literatura europea. La pretensión de alabar la obra de un escritor asegurando que es el más europeo o el más chino será siempre una obra de caridad, nunca un juicio literario. Máxime cuando no se dan razones literarias que fundamenten dicha afirmación. O, si se dan, resultan tan hilarantes que no tienen nada que ver con la literatura y sí con un mal chiste. De ahí que ni siquiera nos riamos.

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