Mikel Jauregi Periodista
«Nos gusta ser agradecidos»
Un día comienzas aceptando un viaje a Suiza porque quienes te invitan te caen bien y no te piden nada; la siguiente vez te invitan los que te piden cosas; más tarde acabas haciendo cosas a cambio de recibir otras, aceptando dinero, prevaricando y, para entonces, ya es demasiado tarde. Ya eres corrupto».
La afirmación -casi tan rotunda como aquella con la que te amenazaban los mayores de «un día comienzas fumando un porro y... ya es demasiado tarde: ya eres drogadicto»- es de Borja Sémper, presidente del PP de Gipuzkoa y portavoz de su grupo parlamentario en Gasteiz, quien en su libro «Sin complejos» explica que, siendo concejal delegado de Urbanismo en el Ayuntamiento de Irun, fue víctima de un intento de soborno por parte del responsable de una empresa que se encargó de llevar a cabo un proyecto urbanístico.
Narra detalladamente la conversación que mantuvieron en un restaurante donostiarra, a donde le invitó a comer el empresario. Fue en los postres cuando este tentó al político: «Mira, creo que hay que ser agradecido con la gente que trabaja bien, con la gente que se implica, y a nosotros nos gusta ser agradecidos. Por eso quiero hacerte un regalo, quiero que aceptes un dinero por lo que has hecho. No te pido nada, ya lo sabes, no hay nada que pedir; es un gesto de agradecimiento». Según revela el propio protagonista, la respuesta fue «evidentemente, te digo que no, claro».
Si ocurrió tal como dice Sémper, las ciudadanas y los ciudadanos deberíamos estar mucho más preocupados de lo que ya expresamos en las encuestas en relación al binomio política-corrupción. Y no tanto por la disposición de algunos de nuestros gobernantes a llevarse al bolsillo unos extra que no les corresponden, que también, sino por el hecho de que la persona que se sienta al otro lado de la mesa se permita ofrecer el sobre de dinero con esa tranquilidad, esa naturalidad.
Será cosa de la costumbre, de que así han funcionado siempre las cosas y así seguirán en el futuro. Es decir, de la normalidad. Y de la más absoluta sensación de impunidad.