Hay políticos que tienen el don de la elocuencia, y otros que no tanto. Algunos son encantadores de serpientes y otros tienen la virtud de contagiar su entusiamo. Los hay capaces de poner en pie un estadio y quienes se defienden mejor en las distancias cortas. Pero un político, más sí se dedica profesionalmente a ello, debería cuidarse de ser aburrido. Y Urkullu lo es mucho. Si ayer pretendía trasmitir ilusión, lo cierto es que no se esmeró.