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CRíTICA: «Asalto al poder»

¿Y si Obama tuviera un lanzacohetes en sus manos?

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Mikel INSAUSTI

No me canso de repetir que Roland Emmerich es más papista que el Papa, porque desde siempre han llegado cineastas centroeuropeos a Hollywood, pero ninguno tan identificado con el patrioterismo yanqui como el de Sttutgart. El plano final de «White House Down» con la hija adolescente del protagonista ondeando la bandera presidencial, triunfalista donde las haya, no deja lugar a dudas. Que no se me malinterprete lo que voy a decir, pero al alemán le ha venido muy bien la asimilación de los ataques del 11-S por parte del público estadounidense. Ya pueden ponerse a destruir lo que sea, incluida la Casa Blanca, que luego se vuelve a levantar el edificio desde la zona cero, mientras el líder capaz de guiar a la nación siga en pie.

El hecho de que Emmerich ya pueda contar con la licencia para derruir lo que le venga en gana, provoca que esas demoliciones con explosivos sean representadas mediante un descarado sentido del humor. De la realidad trágica se ha pasado a la comedia de acción, dentro de la cual hasta tiene su sitio el propio presidente Obama. En «White House Down» le vemos disparar un bazooka con toda la naturalidad del mundo, a modo de hipérbole doméstica de su beligerante política exterior. A Jamie Foxx le da verguenza reconocer que ha exagerado los gestos y expresiones verbales del verdadero Obama, pero la idea de convertir al presidente afroamericano en la mitad de la pareja estelar «café con leche» es lo que mejor funciona en la película, en cuanto elemento desdramatizador y abiertamente cómico.

Por desgracia, la dependencia genérica de las buddy movies se extiende a la sumisión total al modelo ochentero impuesto por «La jungla de cristal», hasta el extremo de que Channing Tatum toma prestado el nombre y la camiseta del personaje que Bruce Willis hiciera famoso. A ello hay que añadirle además el desfase de unos meses con respecto a «Objetivo: La Casa Blanca». La película de Antoine Fuqua, que maneja idéntico tema, le tomó la delantera gracias a que no tenía que arrastrar una maquinaria tan pesada como la de las superproducciones de Roland Emmerich.

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