blog(eroa) | 61 DONOSTIA ZINEMALDIA
De lobos y perros
Con «Wolf» y «Japanese Dog», Nuev@s Director@s da el salto cualitativo que tanto esperábamos. Jim Taihuttu pone a sus pies el Kursaal 2 con su inapelable contundencia y Tudor Cristian Jurgiu sorprende con su superlativo ejercicio de mínimos
Víctor Esquirol | Crítico de cine
Hace dos años, un tal Jim Taihuttu se dio a conocer (es una manera de hablar) con su primer largometraje. «Rabat», Codirigida y coescrita con Victor Ponten, era una amable road movie (en forma de eurotrip con el inicio en Ámsterdam y la línea de meta en la ciudad que ponía título al filme) en la que tres amigos de toda la vida iniciaban, sin saberlo ellos, un divertido y emotivo viaje iniciático que, por muy peliaguda que llegara a ponerse la situación (y realmente se alcanzaron niveles críticos), iba a estrechar, más si cabe, los preciosos vínculos entre ellos. Por el camino hasta hubo tiempo para enamorarse «en» y «de» Barcelona, y a pesar de algún que otro roce con la Guardia Civil -con quién sino-, esa pequeña gran odisea se saldó con una amplia sonrisa tanto por parte del público como de los protagonistas.
Pero toda esa luz, todas esas buenas vibraciones, todo ese buen rollo, todo ese color, están ahora en la cama de un hospital, agonizando penosamente y esperando -no les queda otra- a que llegue el último aliento. Literalmente. En «Wolf» (dígase ya, el golpe de efecto que le exigíamos a Nuev@s Director@s), el blanco y negro, como ya sucediera en, pongamos, «El odio», de Mathieu Kassovitz, se apodera de una narración en la que una «familia» compuesta por el thriller criminal y el drama social, rinde a una fuerza apabullante. Taihuttu no (re)inventa nada, ni lo pretende, pero lleva el manual a un terreno que le es propicio. Salta a la vista en cada escena; desde la calma a la tempestad.
La cara menos amable de Holanda (y de Europa; y de occidente) aparece, entre puñetazos, en un melting pot donde la testosterona y el odio racial son balas del mismo cargador; y donde un superviviente (impresionante Chico Kenzari, su eclosión está al nivel de, por ejemplo, la que protagonizó esa bestia parda del calibre de Tahar Rahim en la magistral «Un profeta») se libra a sus luces y sombras para protagonizar un impresionante y sangriento movimiento parabólico.
Cuanta más altura se alcanza... más salpica la caída. No falla. A pesar de mostrarse, en momentos puntuales, demasiado deudor de los postulados de la era GTA (para bien o para mal es el tiempo que nos ha tocado vivir), Jim Taihuttu luce músculo y un control casi total del género para que en este Zinemaldia, una vez más, quede en el aire otra pregunta incómoda: ¿Por qué demonios no lo hemos visto en la Sección Oficial?
Tres cuartos de lo mismo puede decirse de la rumana «Japanese Dog», que ha venido a confirmar que Nuev@s Director@s ha puesto, por fin -y que dure-, la velocidad de crucero. En poco más de una hora y veinte minutos al director Tudor Cristian Jurgiu le da tiempo para, al principio, jugar con la paciencia del espectador, y después volver a demostrar que no hay terreno como la familia -cualquiera- para que germinen los conflictos y, quién sabe, las posteriores reconciliaciones.
La catarsis, por supuesto, pide protagonismo. Lo hace con pausa y buen saber hacer tanto en la técnica como en la narración. El cine de familia ahora resulta ser una experiencia atípica, mínima en la presentación pero (híper)compleja en la elaboración. Y la comunicación, ese dificilísimo gesto, como eje vertebrador que hace que esa aparatosa máquina funcione. A ello vamos: ¿Por qué demonios no estamos hablando de otra candidata a la Concha de Oro? Misterio.