CRíTICA: «Kon-Tiki»
La odisea noruega en navegación precolombina
Mikel INSAUSTI
Era muy difícil superar la autenticidad del documental original de Thor Heyerdahl, ganador del Óscar en el año 1951. El blanco y negro de aquella odisea marina es sustituido por un color de azules intensos y de dorados solares que van muy bien para la parte introductoria en la Polinesia, tal vez no tanto para el resto, al que le falta la intensidad dramática propia de un relato de supervivencia.
Los realizadores Joachim Ronning y Espen Sandberg provienen del mundo de la publicidad y tienen una clara tendencia hacia el efectismo visual, descuidando otros aspectos narrativos, lo que les puede servir para hacer encargos en Hollywood. No dudo de que les vaya bien con la quinta entrega de la franquicia de «Piratas del Caribe», pero se trata de un tipo de aventura marina completamente diferente al que abordan en su película noruega «Kon-Tiki». Les habría hecho falta un tratamiento más naturalista en la línea de otras muestras recientes del cine de su país como «La isla de los olvidados» o «Perdidos en la nieve».
En lugar de centrarse en la travesía oceánica y conseguir una descripción de la atmósfera tensa y desesperante del viaje, la película opta por hacer una cronología de los hechos desde sus antecedentes, de tal suerte que acaba pareciendo más un biopic sobre el expedicionario Thor Heyerdahl. Se remonta incluso a su niñez, para luego repasar sus primeros viajes en compañía de su mujer, de cara a remarcar la posterior ruptura sentimental por culpa de los peligros inherentes a su proyecto soñado.
Los preparativos de la expedición también ocupan lo suyo, con parte del metraje dedicada a presentar al resto de los miembros de la tripulación y las razones por las que se van contagiando de la locura de Thor. La fe puesta en las teorías del etnógrafo tendrá su recompensa final, tras 101 días navegando en la balsa precolombina desde Perú a la Polinesia, en un recorrido de casi ocho mil kilómetros, con la única ayuda de la radio para indicar la situación. Quedaba así demostrado que los primeros pobladores polinesios llegaron desde América del Sur llevados por las corrientes del Pacífico.