Dos días después de verse obligado a retirar una solicitud de reprobación del titular de Innovación, Desarrollo Rural y Turismo, Jon Peli Uriguen, tras constatar que los motivos esgrimidos para presentarla eran infundados, el PSE anunció ayer su intención de registrar una moción de censura contra el diputado general de Gipuzkoa, Martin Garitano, con el peregrino argumento de que su gestión está siendo perjudicial para los intereses de los ciudadanos. Se trata de una iniciativa destinada al fracaso, pues precisa de la firma de 15 junteros para ser registrada y el PNV, único grupo capaz de proporcionárselas, ha dejado claro que no la apoya.

Queda, por tanto, la duda sobre los motivos reales que han empujado al PSE a promover una medida de tan amplio alcance, porque el interés de los guipuzcoanos está claro que no cuenta entre las razones. Se da la circunstancia, además, de que PSE y PNV comparten un pacto de largo recorrido político, en función del cual, en teoría, en este tipo de actuaciones ambos deberían ir acompasados. Una moción de censura es una iniciativa muy seria como para andar jugando con ella, y aunque puede resultar provechosa para generar debate o exponer a la luz pública la debilidad de un gobierno, aun sin contar con apoyo suficiente para sacarla adelante, lo que no es de recibo es que sea esgrimida como mero atrezzo de lo que es una escenificación.

Y es que se está produciendo una preocupante teatralización del ejercicio de la política, donde la impostura ocupa el terreno que debería corresponder a la sinceridad y la honestidad. En las declaraciones de Rafaela Romero no puede encontrarse nada de esto último y sí mucho de aquello. Con todo, y aunque esta iniciativa no vaya a tener éxito, al promover una moción de censura contra Martin Garitano e impedir que prosperase otra más seria contra Yolanda Barcina, las sucursales del PSOE en Euskal Herria han dejado claro cuál es su campo de juego y quién su adversario.