blog(eroa) | 61 DONOSTIA ZINEMALDIA
Efectos retardados
¿Por qué no hay que tomarse el maldito Twitter al pie de la letra? Porque más allá de la inmediatez de los 140 caracteres falta la reflexión que exigen las verdaderas obras de arte. Tiempo al tiempo: nunca se sabe cuándo aquella maravillosa película se convertirá en un horror...La griega «Luton» es seguramente la película que más abucheos ha provocado (al menos entre la prensa... da miedo pensar en la reacción del público) en éste 61 Zinemaldia
Víctor Esquirol Crítico de cine
Sucede a veces que el impacto de una experiencia no puede apreciarse en toda su magnitud hasta bien pasadas todas las réplicas. Hablamos de seísmos y de películas, que para el caso lo mismo dan. La tierra tiembla y los edificios empiezan a bailar en una danza macabra que paraliza todos los músculos. Lo peor está por llegar; la evaluación de daños tardará, y mucho, en tener fundamento. Pongamos que en una sala de cine se proyecta «The Wind Rises» y, claro, se disfruta como un niño (aunque no sea ésta película para críos) durante las más de dos horas de proyección. No obstante, hay trampa. Cuando se llega a casa y la película ha reposado en la memoria, se da uno cuenta de que es víctima de aquel momento que llevaba tanto tiempo temiendo: ya nunca verá otro estreno del maestro Hayao Miyazaki. La euforia de antes ha desaparecido, y la depresión se ha apoderado del pobre espectador (lo mismo que ver, por ejemplo, «La herida»).
En Nuev@s Director@s, tres cuartos de lo mismo. La griega «Luton» es seguramente la película que más abucheos ha provocado (al menos entre la prensa... da miedo pensar en la reacción del público) en éste 61 Zinemaldia. La reacción es comprensible, incluso exigible, pues es éste un filme que durante su visionado produce, más que ninguna otra cosa, sufrimiento. Michalis Konstantatos nos cuenta el día a día de tres personajes sin visibles puntos de conexión entre ellos, y se detiene, sin escrúpulo alguno, en lo aparentemente anodino. Puro sadismo, que alarga el tiempo a más no poder. A través de una interminable sucesión de estoicos desencuadres, la cámara captura los rituales más monótonos, repetitivos y mecánicos para que, poco a poco, se filtre en ellos la esencia más brutalizada del ser humano. ¿Recuerdan los «71 fragmentos de una cronología al azar»? Pues a la griega (todo se magnifica), en lo que es un rabioso -uno más- ejemplo del, nos guste o no, interesantísimo cine de crisis heleno. ¿Irritante en la sala de cine? La mayoría de veces, sí. ¿Estimulante en la calma posterior? Igual.
Mientras, en «Mother of George» la sucesión de impresiones tiene un recorrido diametralmente opuesto. Directamente -es un decir- llegado de Sundance, el debut en la dirección del fotógrafo Andrew Dosunmu es una bomba sensorial de amplísima potencia y alcance. Los puntos a atacar: la vista y el oído. En este sentido, misión cumplida. La partitura, claramente inspirada en genios de la talla de Ali Farka Touré, y el abanico cromático usado, en el que los colores más vivos se convierten en oro batido, lucen como las mejores credenciales de cara a conseguir la aceptación por parte de la audiencia. Espectacular tanto en el apartado sonoro como, sobre todo, en el visual, sí... pero pasado el efecto hipnotizador, y más allá de la visión occidentalmente africanizada (menuda pirueta) de este caldo de cultivo de amarguras al que llamamos «familia», queda la agridulce sensación de que todos estos engaños y pasiones los hemos visto infinitas veces antes. Ha habido tiempo para ello... y por favor, que haya tiempo para que se calmen los sentidos. Aunque claro, en un festival como éste, quizás es demasiado pedir.