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Cuando no cabe tercera vía, toca política en tres dimensiones

En el debate sobre política general celebrado esta semana en el Parlamento catalán, el president, Artur Mas, ha dejado una de las afirmaciones políticas más elocuentes de los últimos tiempos: «Si estamos donde estamos ahora es porque las terceras vías han fracasado. Es lo de siempre y no ha funcionado. Llevamos cien años de decepciones con las terceras vías». La constatación tiene más fuerza aun por venir de quien viene. Mas fue durante mucho tiempo un intenso defensor, impulsor y gestor de esas terceras vías. Aunque el posterior «cepillado» del Estatut por el Tribunal Constitucional español pueda haber hecho olvidarlo, no están lejanos episodios como aquel de inicios de 2006, cuando -sin siquiera ser president de la Generalitat, sino únicamente líder de CiU- se reunió en secreto con el entonces presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, para renegociar a la baja y retocar en Madrid el marco que había aprobado el legislativo catalán. Con ello solo consiguió una victoria pírrica en el Congreso, que luego transformó en derrota y escarnio nacional el máximo tribunal español.

No hay mal que mil años dure ni, se podría añadir en este caso, falacias que aguanten más de un siglo. La confesión de Artur Mas de que ya se ha cansado de esperar en la estación suena tan reveladora como las prisas del PSC de Pere Navarro. En política resulta demoledora la impresión que causa quien llega tarde a los escenarios en los que se mueve la mayoría social, y más aún si lo hace a la carrera, queriendo aparentar que se conduce la locomotora cuando en realidad se viaja en el furgón de cola. Hace una o dos décadas habría producido una revolución política que el PSC reivindicara con tanta fe el federalismo o que el PSOE abogara por una reforma constitucional para afrontar los problemas territoriales del Estado. Ahora es tan tarde que por un lado sus planteamientos no tienen eco ni credibilidad en el conjunto del Estado español y, por otro, solo suscitan indiferencia en Catalunya. Efectivamente, las terceras vías no existen ya más que en la mentalidad política de quienes se quedaron anclados una, dos o tres décadas atrás.

Anacronismo en la política vasca

Como se observa por declaraciones como la de Mas, el Pleno de Política General en el Parlament ha tenido bastante más miga informativa, en el sentido de novedad, que el celebrado justo una semana antes en el Parlamento de Gasteiz. Y es que mientras en Catalunya se mira hacia el futuro, en estos tres territorios de Euskal Herria se acaba de producir un anacronismo que ha bloqueado el debate y producido un insoportable déjà vu. El pacto PNV-PSE no solo es ochentero en su música, sino que, además, su letra no introduce ninguna expectativa de futuro diferente.

Ambos partidos han vendido el acuerdo como una especie de «tercera vía» interior, alejada tanto de la mayoría superior que supondría la entente PNV-EH Bildu (la preferida en todas las últimas encuestas, aunque este dato se intente ocultar) como de la antinatural y absolutamente minoritaria conformada por PSE y PP en la pasada legislatura. Sin embargo, una vez sellado el reencuentro, no es descartable que PNV y PSE intenten explorar también una «tercera vía» exterior, en forma de reforma estatutaria que neutralice las ansias soberanistas y siga anclando a Euskal Herria a España.

Y, sin embargo, en el caso vasco las fórmulas híbridas han tenido todavía menos recorrido que en el catalán. Aunque quizás Iñigo Urkullu sueñe con que la ciudadanía vasca lo ha olvidado, el experimento de Juan José Ibarretxe que ahora quiere repetir «por otros medios, legales», no recibió en las Cortes españolas una aprobación, sino un sonoro portazo (solo tuvo 29 síes, frente a los 189 del Estatut); su amago de consulta fue prohibido de modo fulminante; el propio lehendakari fue sentado en el banquillo por practicar el diálogo político, y finalmente puesto fuera de juego gracias a la trampa de la ilegalización. Sin necesidad de repasar un siglo entero, que evidentemente daría para mucho y casi todo malo, no cabe duda de que la mayoría social vasca suscribe ese «tercera vía es lo de siempre y no ha funcionado» de Artur Mas. ¿Acaso Iñigo Urkullu no?

Condiciones inmejorables

Tras chocarse con aquella última pared en 2005, el PNV dejó el proyecto en un cajón a la espera de mejores tiempos. Estos no es que sean mejores, son probablemente inmejorables. El conflicto armado suponía una traba objetiva para acumular fuerzas que ahora ha desaparecido. El Estado español tenía una posición de mucha mayor fuerza hacia el exterior y brindaba una cierta imagen de seguridad hacia el interior; ahora solo es sinónimo de debilidad, decadencia y miseria. Y la Unión Europea ha dejado de ver estos procesos como fenómenos más o menos puntuales y estrambóticos que podía obviar; Catalunya y Escocia le obligarán a posicionarse.

Agotado el espejismo de las terceras vías, se acaba también una forma de hacer política en dos dimensiones, sin relieve, en blanco y negro, lineal, plana, en despachos políticos cerrados a cal y canto, continuista y que renuncia al cambio, basada en clichés pasados y no en realidades presentes ni en objetivos futuros. Si no se quieren triples saltos en el vacío, sí debería al menos construirse una política en tres dimensiones: con impulso social, con riesgos, con liderazgo político, con ilusión, sin aceptar limitaciones ni asumir tabúes, con acuerdos que conlleven transversalidad real y no figurada. Política para cambiar, no para seguir en vía muerta.

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