Raimundo Fitero
Milenios
La perseverancia de «Cuarto Milenio» es fruto de una conexión telúrica con un número suficiente de espectadores que desean atravesar todos los espejos y encontrar más allá de la tozuda realidad cotidiana una solución, una esperanza o una alternativa a todo cuanto parece fruto de una concatenación de desastres que se convierten en noticias de los servicios informativos. Se quiere creer más en esas sospechosas historias contadas por Iker y sus amigos con énfasis, que en las declaraciones de la ONU o en el análisis del recibo de la luz.
Colocado este programa en una hora nocturna avanzada, coincide con otras extravagancias de la razón, y en donde también se utiliza una parte de nuestro cerebro muy propensa al auto-engaño. El énfasis con el que unos tipos discuten sobre un penalti forma parte de la misma evasión, aunque en este caso se escapa a lomos de una tradición que encadena todavía más a una dependencia afectiva delegada en un juego en el que la gloria se produce en general a partir del error del contrario.
En un tercer o quinto milenio se descubrirá el planeta del que vienen los presidentes de los clubes de fútbol, dónde se fabrican los periodistas escuderos de Florentino Pérez, o se conocerán las razones que llevan a establecer un orden social ligado a los horarios televisivos de la retransmisión de los partidos de fútbol más intrascendentes. Faltan herramientas fiables para entender el origen de los actuales políticos clónicos de baja intensidad. Escuchar a Iñigo Urkullu es participar de un nuevo ciclo de la robótica utilitaria.
Está muy bien pensado para entender la magia de la inmaterial programación que estén en el mismo huso horario los casinos virtuales televisivos, tan adictivos, junto a los echadores de cartas o lectores del calendario zaragozano. Compiten por los mismos desplazados, los insomnes más recalcitrantes y quienes se fían de una compañía que solamente habla y a la que no se le debe consultar si se cambia de canal. Las repeticiones en los canales de la TDT empiezan a ser insultantes. La calidad de los programas de trasnoche ha bajado tanto que las teletiendas parecen programas de arte y ensayo.