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No solo los muertos vuelven a Siria

Gulnaz huyó de la guerra hace tres meses pero ahora vuelve a Siria para enterrar a su hermano. Quiere hacerlo en el plazo de 24 horas que estipula el islam, pero no es tarea fácil trasladar el ataúd desde la orilla iraquí.

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Karlos ZURUTUZA | Peshkhabur

Nos fuimos de Siria en julio tras la ofensiva de los islamistas para refugiarnos en Erbil -capital administrativa de Kurdistán Sur-. La mala fortuna quiso que su hermano muriera en un accidente de coche ayer mismo». Gulnaz está descompuesta por el dolor por lo que es su acompañante quien aporta los detalles. Ambos esperan a que los oficiales de frontera kurdos en el lado iraquí cotejen su documentación.

El complejo de edificios desde el que se gestiona el tráfico transfronterizo en la localidad kurda de Peshkhabur apenas difiere del de cualquier otra aduana: soldados con uniforme del Gobierno Regional Kurdo registran los equipajes mientras funcionarios tras una ventanilla introducen los datos en sus ordenadores. Tras una espera de en torno a una hora, es la ausencia de ningún sello nuevo en el pasaporte la que revela la singular naturaleza de este control migratorio.

No en vano nos encontramos en la frontera entre la Región Autónoma Kurda de Irak -lo más parecido a un país que han tenido nunca los kurdos- y la región nororiental de Siria, hoy bajo control de los kurdos de Siria.

Divididos por las fronteras de Irán, Irak, Siria y Turquía, cerca de 40 millones de kurdos conforman hoy la mayor nación sin Estado del mundo. Desde el comienzo de la revuelta en marzo de 2011, los de Siria -entre 3 y 4 millones- han optado por una «tercera» vía, ni con Al-Assad ni con la oposición árabe. En julio de 2012 consiguieron hacerse con el control de Kurdistán Occidental, al norte y noroeste del país. Sin embargo, su neutralidad original pasa por constantes enfrentamientos con ambas partes. Los más encarnizados se vienen librando, desde mediados del pasado julio, con grupos afines a Al Qaeda supuestamente apoyados por Turquía. Ankara no ve con buenos ojos la creación de una nueva entidad política kurda en sus fronteras.

Por el momento, lo cierto es que ni Bagdad ni Damasco tienen registro alguno sobre el tráfico de bienes y personas que se produce aquí a diario, y desde hace más de un año.

Tras el control en la orilla iraquí, los miembros del cortejo fúnebre reciben un papel con su nombre que les permitirá subirse a una de las dos barcas que realizan el trayecto a través del río Habur. La comitiva que ha acompañado a Gulnaz se encarga de depositar el féretro en la embarcación. Algunos de los hombres enfundados en su shal-e-sapik -la vestimenta tradicional kurda- intentan contener las lágrimas mientras dos de las presentes canalizan el dolor a través del serkeftim, ese grito sincopado que sirve para manifestar desde la alegría más absoluta hasta el dolor más profundo.

Gulnaz cubre su cara con ambas manos mientras es guiada hasta la embarcación.

«Todo esto será mucho más fácil cuando acaben de construir el puente sobre el río», apunta Sherwan, el piloto de la embarcación, señalando a las dos excavadoras amarillas que trabajan ya en la orilla siria. El puente provisional construido con pontones a su izquierda es reservado para el tráfico rodado. No obstante, según datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados-ACNUR, alrededor de 30.000 personas lo atravesaron durante un flujo masivo de refugiados el pasado mes de agosto. La agencia humanitaria estima que el número de los desplazados en Kurdistán Sur ronda hoy los 200.000.

Adiós Kurdistán, hola Kurdistán

Apenas son cinco minutos de travesía sobre las tranquilas aguas del Habur. Los familiares de Gulnaz esperan en la orilla siria para descargar el féretro. Poco después, los equipajes de los recién llegados serán registrados por dos jóvenes enfundadas en el uniforme de la Asayish, la recientemente creada policía kurda de Siria. Hasim Mohamed, su comandante en jefe, señala que se trata de un cuerpo formado por 4000 voluntarios, que se suman a los 40.000 integrantes que forman el YPG -siglas kurdas para Comités de Resistencia Populares-. Hablamos de un autentico ejército que, por el momento, ha sido capaz de contener el avance de los islamistas en la región.

Precisamente, parte de su financiación depende del tráfico por esta frontera ya que cada uno de los pasajeros deberá abonar una tasa de 1.000 libras sirias -unos cinco euros- en la garita levantada a escasos metros de la orilla.

Aquellos que deseen reponer fuerzas antes de subirse a uno de los taxis esperando al otro lado de la barrera podrán hacerlo en el improvisado restaurante dispuesto en el barracón anexo.

Las prisas por celebrar el funeral llevan a la comitiva a desaparecer inmediatamente en dirección oeste, pero Massoud Hamid se sienta a tomar un té antes de continuar hacia Qamishlo, su ciudad natal y la principal de Kurdistán Occidental.

Hamid es el impulsor de «Nû Dem» -Nuevo Tiempo-, el primer periódico bilingüe en kurdo y árabe de Siria. Precisamente, viaja de vuelta con la tirada íntegra tras haberla imprimido en Erbil.

«En Kurdistán sirio todavía no tenemos imprentas pero todo llegará», apunta este hombre de 33 años que pasó tres en la cárcel tras publicar unas fotografías de unos niños manifestándose frente a la sede de UNICEF en la capital siria. Fue arrestado en julio de 2004 mientras se examinaba en la Universidad de Damasco.

Su labor fue reconocida en 2005 por la ONG Reporteros Sin Fronteras y Hamid se refugió en el Estado francés tras su excarcelación. En 2012, volvió a Kurdistán Occidental cuando las condiciones se lo permitieron, y por este mismo paso fronterizo.

«Hoy hemos tenido que pasar por todo el proceso burocrático aduanero pero lo cierto es que ambas orillas son kurdas», apunta el periodista desde el barracón restaurante.

«En realidad, esta no es sino una de las pruebas más evidentes de los cambios que se avecinan en Oriente Medio a corto plazo», concluye.

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