CRíTICA: «Caníbal»
El mal y la violencia están guardados en el congelador
Mikel INSAUSTI
A veces tengo la impresión de que los silencios y los fuera de campo son interpretados a capricho por quienes ven una película de las que valen más por lo que omiten que por lo que explican. Pero en «Caníbal» falla el supuesto misterio libremente interpretable, porque desde el primer momento se sabe lo que hay dentro de la película, sin lugar para la sorpresa. El efecto impactante queda así reducido a la idea de vaciar de vísceras y de sangre el canibalismo, al proponer la historia de un psicópata asesino enamorado. Una propuesta a la contra que se pretende radical, pero que en su desenlace peca de convencional, por no tener muy claro en última instancia lo qué hacer con tan elegante, pulcro y espiritual descuartizador de mujeres.
«Caníbal» es una película que se ha ganado adhesiones por los ojos, pero sin terminar de convencer por culpa de un guión que deja al descubierto muchos puntos débiles. Su fuerza es estética y se puede resumir en la imagen utilizada para el cartel, inspirada en «La pietá» de Miguel Ángel. Por lo tanto parece justo y apropiado el premio a la Mejor Fotografía que se llevó en Donostia Pau Esteve Birba. La ambientación granadina le da un toque clásico, equiparable a la toledana de Buñuel en «Tristana». Pues no en vano el protagonista representa un oficio artesanal en vías de extinción, como es el de sastre. Se supone que la misma finura y mimo que aplica al corte de los trajes, la maneja en su dedicación oculta de matarife.
Ahí ya entramos en terreno especulativo a falta de información objetiva, de acuerdo con la caracterización hermética de un Antonio de la Torre impenetrable, al que apenas se le escapan detalles sobre su pasado o sobre sus emociones, si es que las tiene.
La cuestión es que por primera vez en su vida llega a sentir empatía por una mujer en un plano completamente platónico. Todo esto para decirnos que los monstruos criminales, incluidos los antropófagos, no tienen dos cabezas, que son humanos, como usted y como yo. Creo que Oliver Hirschbiegel lo expresó con mayor hondura en «El hundimiento».