Recibido con gritos de «asesino» y «vergüenza» por los residentes locales a su llegada a Lampedusa, el presidente de la Comisión Europea asistió ayer a los funerales de estado por los más de 300 inmigrantes ahogados cuando trataban de llegar a la isla. Ante la dimensión de la tragedia, a la que lejos de poner solución se sigue echando más sal sobre la herida, son comprensibles los ánimos caldeados y la indignación ante la visita de una persona con responsabilidad directa en lo que está ocurriendo en las costas europeas. Delante de los cientos de féretros, Barroso habló de compasión, de dolor, de estado de shock, pero no aportó nada más. Buenas palabras y buenas intenciones para buenos titulares de prensa, pero nada más. Ni una medida concreta para articular vías de inmigración y de asilo político justas y eficaces, solo más medios militares.

Y mientras tanto, la «Fortaleza Europa» sigue levantando nuevos muros y alambradas, alentando así a los traficantes de personas que se frotan las manos. Y los refugiados que a costa de poner en peligro sus vidas llegan a Europa son retenidos en miserables campos de detención o terminan directamente, sin papeles, en la calle.