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Raimundo Fitero

Femen

 

El aborto es sagrado», pintado en los pectorales de tres jóvenes activistas de Femen, son una imagen que recorre los resúmenes de todos los informativos. El parlamento español se convierte así en un nuevo foco de reivindicaciones de un grupo de mujeres activistas que utilizan su cuerpo desnudo no como expresión erótica sino política. Todo desnudo es político en estos tiempos de retrocesos. Mientras las telas minúsculas se convierten en una forma de mercadotecnia, el desnudo pectoral es una denuncia. Y según dictamen de un juzgado madrileño, no es motivo de sanción ni es punible esta acción pacífica ante las regresiones del ministro Gallardón, el más ultra de todos.

Incluso el eslogan pintado en sus cuerpos es chocante, porque considerar el aborto como algo sagrado entra en un campo semántico que parece minado. Se sobreentiende que se le quería indicar al ministro que no se toca, que está bien como está la ley, que es volver a castigar a miles de mujeres a la duda clínica, al estrés y a prácticas poco saludables si deciden interrumpir un embarazo. Y quizás sea sagrado en el sentido de que solamente lo puede decir la mujer, como dueña de su cuerpo y de su vida.

Pero la televisión nos coloca siempre ante la paradoja, y en los mismos informativos se nos indica que ha sido despedida una presentadora turca por aparecer en un programa de variedades con un escote que fue considerado excesivo por la censura islamista. Un escote que se consideraría en los canales comerciales estatales como pudoroso, porque existe una laxitud manifiesta en cuanto se trata de utilizar el cuerpo de la mujer como atracción de audiencias, no como las mujeres de Femen, que lo utilizan como campo de batalla política, como lienzo para la libertad de expresión, como muro de denuncia.

Sí, es cierto, resulta chocante este modelo de protesta. Lleva implícito unas connotaciones de uso del cuerpo de la mujer que tenemos estabulado en otros códigos. Nos cuesta liberarnos de esa mirada rijosa. El presiente del congreso lo expresó de manera sutil al pedir «cuidado» a quienes las expulsaban de la tribuna de invitados. Era una muestra encubierta de paternalismo machista.