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Víctor Moreno Profesor y escritor

Una epopeya inacabada

El autor no cree que el amor a la propia lengua nos haga mejores o peores personas, aunque sí considera que estigmatizar la de los demás «refleja un grado de imbecilidad en grado superlativo». Pero aunque la lengua no sea el factor fundamental de la identidad humana, sí admite su importancia para crear «redes colectivas, afectivas y mentales». Por ello, reconoce a quienes en la Ribera navarra han trabajado y trabajan por la pervivencia del euskara, sin quienes asegura que «la Ribera actual sería menos vasca, y, por tanto, menos Ribera».

Todas las lenguas son neutras y asépticas. Quienes no son asépticos y neutrales somos sus usuarios, que las mangoneamos en función de nuestras secretas intenciones. Platón, que es filósofo poco de fiar, ya sostuvo que el lenguaje se inventó para mentir. Y, a fe mía, que algunos de sus descendientes, como Maquiavelo y gobiernos al uso, hicieron de ella el instrumento por antonomasia para engañar al pueblo. La lengua es mentira si queremos que lo sea, pero siempre, aunque diga la verdad, es poder. De ahí que ansiemos ser sus dueños. Pues el significado de las palabras significa lo que el poder quiere que signifique.

¿Es la lengua el factor fundamental de la identidad de un ser humano? No lo creo. Solo sé que nos estorba la identidad de los demás cuando no son como nosotros, hablen la lengua que hablen. En un tiempo en que hablar y escribir euskara se ha convertido en una manera determinada de ser vasco, excluyente o no, no es asunto a dirimir ahora, los entresijos del vascuence los han complicado demasiado. Hasta el sabio G. Steiner llegaría a caer en la solemne torpeza de sospechar que una lengua así, tan rara ella, no fuera el huevo nutricio del terrorismo.

La gente asocia vascuence con connotaciones imaginarias nada favorables para sus usuarios. No perciben que, actuando de ese modo, conceden a la lengua unos poderes cuasi milagrosos de transformación uniforme y homogénea del individuo y de la sociedad. La lengua puede que nos otorgue esa identidad nacional que decimos, pero convengamos en que no todos la viven con el mismo entusiasmo, ni en la misma dirección. Todavía existen muchos modos de amar la patria, el euskara y el paisaje.

La lengua no unifica el pensamiento; lo engrasa. Tampoco cohesiona la conducta; la orienta y la organiza en múltiples direcciones. Las relaciones entre lengua, pensamiento y realidad son más complejas que lo que una mente conductista pretendiera establecer. Sin olvidar que el pensamiento fue antes que la lengua.

Quienes hablan español aceptan que su lengua forme parte de su identidad. Pero no ven con buenos ojos que los vascos lo hagan con su lengua. En el fondo más superficial, niegan a la lengua ajena aquel poder de cohesión social que sí ven en la propia. El fanatismo lingüístico puede ser tan nocivo como el fanatismo religioso y político. Pero, felizmente, la lengua va más allá de estas menudencias.

Somos más que la lengua que hablamos. El amor a la propia lengua en cualquier modalidad, apasionada o equilibrada, no nos hace mejores o peores personas. Quienes estigmatizan la lengua de los demás, lo único que reflejan es un grado de imbecilidad en grado superlativo, acerca de la cual la lengua que hablan no tiene ninguna culpa.

¿En qué medida hablar y escribir una lengua determinada produce una visión e interpretación de la vida distinta a quienes hablan otra lengua? Lo ignoro. Pero sostenerlo de forma categórica, sería mucho decir y poco matizar. Porque no somos solamente lenguaje; también somos estómago.

Las palabras de un idioma no son cosas. Todas las palabras por muy humildes que sean constituyen procesos delicados en los que lo afectivo y lo intelectual, lo concreto y lo abstracto, modelan el pensamiento en relación dialéctica con el entorno, lleno de otras llamadas existenciales que nada tienen que ver con la lengua. Esta, en ocasiones, se limita a sancionar lo que nos hace ser, incluso, más perversos o más justos.

Es verdad. Con el idioma creamos redes colectivas, afectivas y mentales. Y lo hacemos con quienes participan de la misma experiencia de la lengua que hablamos. Pero nadie está condenado a formar parte colectiva de los destinos de las personas que hablan tu misma lengua. De ahí que ninguna lengua tendría que temerse. Todas las lenguas son maravillosas, incluso la que utilizan los dictadores para hacer desaparecer las que tienen como enemigas. Que un dictador sea un estúpido no significa que lo sea la lengua que habla.

Aprender una lengua en un medio donde no es moneda corriente su uso social es una osadía impresentable para quienes tienen de la lengua un sentido imperialista y colonial, exclusivo y excluyente, cabe decir fanático, como lo tuvo Nebrija. Aprender una lengua es una riqueza y una maravilla inconmensurables.

Crearla desde la nada y conservarla a través de los siglos, uno de los mayores logros del ser humano. Solo por esto, a quienes crearon y fundaron el euskara habría que levantarles en todas las ciudades y pueblos de Euskal Herria el más emocionante de los monolitos. Lo mismo cabría decir de quienes a lo largo de los años dedicaron su vida a rescatarlo de un ominoso y estudiado olvido, como el perpetrado por el el franquismo y otros galopines del pasado y del presente, hijos herederos de Nebrija, pero, también, barro de esta misma tierra, como fue el caso de Unamuno. Ya lo dijo Campión, «los mayores enemigos del vascuence siempre estuvieron dentro del país». Entonces, y ahora.

Quienes se esfuerzan por limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua de Axular en euskaltegis, gau-eskolas e ikastolas en la Ribera y en Tudela, específicamente, son los héroes de esta epopeya inacabada y deberían reconfortar su ánimo pensando que no se encuentran solos en esta travesía. Son muchos siglos de historia en cuya percha pueden apoyar la intensidad de sus esfuerzos sin desmayar. Sin agotar su nómina, convoquemos a la cita algunos de estos nombres señeros.

Recuerden la insólita historia del navarro P. Sancho de Elso, quien publicó en 1561 el libro titulado la Doctrina Christiana, un catecismo bilingüe, en euskara-castellano. Lo más extraordinario es que ¡444 ejemplares del catecismo se entregaron a una persona de Cintruénigo para venderlos por la zona! Y en 1564, Juan de Amendux, ribereño de adopción, escribiría una elegía en euskera. Luego, dirá algún ilustrado ignorante que en esta área de la Ribera jamás se habló euskera.

Y ya en el siglo XX, justo será evocar a Pedro Arellano Sada, de Ablitas, autor del Anuario Eusko-Folklore, del año 1933; al ribero euskaltzale Diego Pascual de Eraso, de Corella, colaborador de la revista Euskalerriaren Alde. A Miguel de Ergabia, también corellano, y seudónimo de Juan José Salamero Resa, autor del folleto nacionalisa «La Erribera por JEL», publicado en 1922. Al poeta ribero Alberto Pelairea Garbajo, quien participó en 1918 en los Juegos Florales celebrados en Pamplona, autor de los siguientes versos: «Por ti cantar quisiera/ tus gestas milenarias/ tomando del Euskera/ las voces milenarias». Y a Marcelino Garde Villafranca, miembro de Euskaltzaindia desde 1964.

Pero este coro de voces en favor del euskara quedaría incompleto si no se concitara con redoble de tambor y txistu el nombre de Carmen Albisu, quien en 1971, horadando la tenaza opresiva del franquismo, comenzó a impartir clases de euskera en Tudela.

Sin todos ellos, la Ribera actual sería menos vasca, y, por tanto, menos Ribera. Y quien quiera entenderlo sin anteojeras, que lo entienda.

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