CRíTICA: «El médico alemán»
Argentina como tierra de acogida para los nazis
Mikel INSAUSTI
En un diálogo de «Wakolda», película argentina hablada en alemán en buena parte de su metraje, se hace mención a la detención de Adolf Eichmann y su traslado a Israel para ser juzgado allí. Es un elemento que añade suspense al relato, porque el protagonista se siente perseguido por el Mossad, lo que anticipa un final abocado a la huida. Todo ello forma parte de la historia conocida, pero el tercer largometraje de Lucía Puenzo quiere trasladar a la ficción lo que pudo significar a principios de los años 60 para Josef Mengele su estancia en Bariloche, dejando en el aire la pregunta de si llegó a sentirse realmente como en su propia casa.
Lo más inquietante de esta propuesta cinematográfica reside justo en la tranquilidad que parece respirar el criminal de guerra a orillas del lago Nahuel Huapi, como si el majestuoso paisaje de los Andes argentinos le recordara a las estampas alpinas que dejó atrás. Se le ve integrado en la familia de acogida, gracias a que la madre ha estudiado en el colegio alemán y habla el idioma. Además, establece una relación económica con sus anfitriones, tanto en calidad de cliente de su hospedería, como de socio en la fábrica de muñecas del padre.
Pero el contacto más directo es el que mantiene con la hija de doce años, la cual padece problemas de crecimiento que la hacen parecer todavía una niña. Se ofrece a tratarla, al ver una oportunidad para proseguir con sus experimentos genéticos. Los ecos de «Lolita» de Nabokov están servidos, con una mezcla de poder intimidatorio y seducción. No obstante, Lucía Puenzo reconduce el trato entre el mayor y la menor hacia la temática de sus dos anteriores realizaciones «XXY» y «El niño pez», centradas en los dilemas de la adolescencia a partir del descubrimiento del propio cuerpo. Florencia Bado desempeña muy bien su rol iniciático, frente a un inmenso Alex Brendemühl. El actor catalán sigue la estela de Bruno Ganz en «El hundimiento», donde el alemán se atrevió a mostrar el lado humano de Hitler. Mengele aparece retratado en su día a día como un obseso del trabajo científico, incluso por encima de las consideraciones lógicas o éticas.