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CRíTICA: «Prisioneros»

La violencia social que se genera en el seno familiar

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Mikel INSAUSTI

El cineasta québécois Denis Villeneuve se ha consagrado en Hollywood con este absorbente thriller violento, que algunos están comparando con «Seven» y «Zodiac», que son las creaciones más inquietantes del maestro David Fincher. Desde su presentación en el Festival de Toronto entró en las primeras quinielas para los Óscar, gracias a un reparto estelar en el que todos sus integrantes brillan por igual, poniendo de manifiesto la buena mano de Villeneuve para la dirección interpretativa.

Ahora que «Prisioneros» lleva ya un tiempo en la cartelera comercial, sin desvelar tampoco nada esencial de la trama, puedo referirme ya al sorprendente final que se te queda clavado en la memoria. Y es que al día de hoy todavía puedo oir ese desesperado silbato de ultratumba, pero a la vez liberador, por haber pertenecido a una inocente niña secuestrada. El guión de Aaron Guzikowski contiene esa y otras muchas potentes cargas de profundidad, distribuidas inteligentemente a lo largo de las dos horas y media que dura la película. Si tiene lagunas no se notan, debido a que el ritmo narrativo y dramático que marca el realizador Denis Villeneuve con sus montadores es tan intenso que, cronómetro mental en mano, a la edición no le sobra ni le falta un solo segundo.

«Prisioneros» no es una muestra cualquiera del género al que pertenece, siendo lo que le distingue de otros títulos inspirados en la crónica de sucesos, y más en concreto en la desaparición de menores, su doble efecto para generar la acción violenta y los dilemas morales que ésta conlleva.

Los acontecimientos tienen lugar en una pequeña y cerrada comunidad cristiana, enfrentada a lo que parece ser una secta compuesta por resentidos o descreídos que se han pasado al lado oscuro. El tipo de conflicto que surge de dicha lucha entre el Bien y el Mal es de origen familiar, y es dentro de tal institución donde se incuba el huevo de la serpiente que tensiona a nivel interno a la sociedad estadounidense. En nombre de la sangre se rebasa una y otra vez esa reversible línea que separa la supuesta paz ciudadana de los comportamientos más agresivos e incontrolados.

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