El mítico exentrenador de Osasuna Pedro Mari Zabalza popularizó la frase «si nos confiamos, somos muy malos». Al escuchar los testimonios pronunciados ante la Audiencia Nacional, uno no puede sino dar la vuelta a aquella sentencia y asegurar: «confiemos, porque son muy buenos». Con el nivel de variedad organizativa, de imaginación, de valentía, de audacia, de diversidad y de compromiso exhibida por los jóvenes imputados no cabe otra conclusión. Por ellos, al relatar las iniciativas en las que participaban y por las que tanto se interesa la acusación. También, como reflejo de una juventud en la que cabe todo y todo suma para cambiar el estado de las cosas. La lógica no es la que intentan imponer Fiscalía y Dignidad y Justicia, tratando de vincular la actividad política a la «integración en organización terrorista». Lo importante son todas aquellas actividades que los acusados sí que han reconocido, que es lo que verdaderamente preocupa al Estado. En tres días, la sala se ha convertido en un museo de los horrores donde la gran lección ofrecida ha sido la de la dignidad. Pero, también, el discurso ha tomado otros caminos y cada exposición ha constituido el pedazo de un inmenso mosaico que va desde las plataformas por el derecho a la vivienda hasta las dinámicas por una educación nacional vasca. Desde el ocio de Arabatukada hasta proyectos comunicativos. «Somos arquitectas, periodistas, torneras», reivindicaba una. «Me podéis encontrar en una movilización feminista, ecolologista, a favor de los presos o en Madrid contra la reforma de pensiones», añadía otra. «Mira que son cabezones y que no se cansan nunca», habrá pensado, con frustración, algún torquemada. Puede parecer reiterativo, pero es que estas son las claves del juicio. La exigencia con uno mismo, indispensable para superarse, nos lleva a veces a sacar la fusta. Y nada mejor que ver todo el conjunto para sentirse orgulloso del presente y confiado en lo que se puede construir.