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Una cena con David Lynch

Mikel INSAUSTI | Crítico cinematográfico

Para saber cómo es David Lynch de comensal o conversador habrá que preguntarle a Susana Chillida, que fue una de entre el privilegiado grupo de invitados que asistió a una cena exclusiva organizada dentro de los actos que se vienen celebrando en el Festival Rizoma de Madrid.

La oferta del evento era de lo más variada, con distintos paquetes con sus correspondientes precios. Pero en la venta anticipada la mayoría se decantó por las cenas o la fiesta, y no tanto por las proyecciones o conferencias. Interesará más sacarse una foto con el famoso que escucharle lo que tiene que decir.

Lynch no deja de ser como Warhol a efectos del star-system cultural, e incluso me atravería a decir que abarca más campos, porque, además de influir poderosamente en el mundo del diseño, también es una figura del pensamiento positivo new age. Y sin dejar de ser coherente consigo mismo, que es lo más sorprendente.

La teoría de Lynch, y en eso coincide plenamente con Jodorowsky, es que para representar la oscuridad hay que dominar la luz. Quiere esto decir que para plasmar lo siniestro no se ha de ser forzosamente un ser negativo o pesimista. De ahí que la meditación trascendental, y en el caso del chileno la psicomagia, le ayude a adentrarse en la negrura de la mente.

Antes, cuando Michael Haneke afirmaba que en su vida es una persona de lo más jovial, me costaba creerlo. Y es David Lynch quien me ha ayudado a comprender que para hablar de la naturaleza del Mal no hace falta practicarlo, ni mucho menos. Cualquier día sale en el club de la comedia.

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